Cisne Negro

"No eres mi padre"

 Ni en mil años, Sergio, el padre de Alana, habría imaginado encontrarse en esta situación. Sentado en medio de la desesperación junto a su esposa, sostiene su mano mientras mese de sus cabellos con su otra mano. Alma, no tiene palabras para tranquilizarlo, observa sus canas que adornan su cabello y sus ojos, se llenan de lágrimas.

«No es justo lo que estás haciendo pasar a tu padre, hija», piensa, buscando el consuelo en la mirada grisácea de su compañero de vida.

Con una sonrisa cargada de melancolía, Sergio coloca un mechón de cabello detrás de la oreja de Alma, un gesto de amor que trae consigo el peso de la preocupación.

—Lo resolveré, buscaré ayuda. Necesitamos ayuda con nuestra niña.

—Cariño, es una mujer —corrige Alma, y Sergio niega con la cabeza.

—No, Alma, una jovencita que aún no entiende la vida —se lamenta, levantándose de su asiento con pesar—. Apenas tiene veinte años.

El sonido del coche estacionándose rompe el silencio de la noche. Alma se pone de pie, aferrándose al brazo de su esposo. No es miedo lo que siente, sino una profunda preocupación por lo que está por venir. Es tarde, demasiado tarde, y la incertidumbre consume sus corazones.

Sergio escucha murmullos y risas provenientes de la escalera, pero al alzar la vista, sus otros hijos desaparecen como sombras. Solamente logra ver el cabello castaño de su hija menor.

«Aún me queda otra batalla por librar», pensó, Sergio.

—Ve con los niños— le ordena a su esposa y ella niega.

—No, es mi hija también —Alma se acerca a la puerta y se encuentra con una escena muy íntima.

Su hija está en brazos del vecino.

—Mi padre estará muy molesto, mejor vete— susurra mientras apoya su rostro en su pecho.

—No es algo nuevo de mi suegrito—ríe y la abraza con firmeza—, mi dulce Amira, te doy mi palabra. No te arrepentirás, solo vivo por ti. Te amo…

Alana, cierra sus ojos con fuerza. Desea responderle lo mismo, pero solo logra que fluya de sus labios.

—Confió en ti y sé que solo seré yo…

Dentro de casa, Sergio le pide a Alma que se aparte y abre la puerta, revelando a Jasiek posando sus manos en el cuerpo de su hija. Ella lleva un vestido de flores, empapada por la lluvia, con su figura delineada por el agua que se adhiere a su piel.

—¡Alana Marie! —exclama Sergio al llegar a su lado, quitándose el abrigo para cubrirla y apartarla del hombre que amenaza con arrebatarle a su pequeña.

—Papi, déjame explicarte —suplica Alana, mientras Alma la sostiene de sus abrazos, implorándole que guarde silencio.

—¿Papi? ¡Ahora, sí soy tu papi! ¡Entra, Alana! Son casi las dos de la madrugada, por favor, piensa en tu madre. Está sufriendo.

Alma parpadea, consciente que la mayor angustia viene de parte de él, ha tomado demasiada valeriana y café. Ella confía en su hija, aunque Jasiek no sea la mejor opción.

«Siempre es lo mismo. Quiero ser libre, quiero amar, vivir, solo quiero ser, yo…» piensa, Alana y sus ojos se llena de lágrimas.

—Señor Gerber, déjeme explicarle —Jasiek habla con una mirada desafiante, sus ojos grises centelleando en la oscuridad de la noche.

Es un hombre mayor para Alana, manipulador y una obsesión insana por ella, ha tejido una tela de araña lentamente por años envolviendo a Alana como un títere, la desea con locura, aunque sus juramentos hacia ella sean en vano, cuando se trata de amor.

—Aléjate de mi hija, no te lo diré más. No son horas de traer a una joven a casa, menos en este estado.

—Padre, fui yo quien quiso meterse en el estanque. Era... hermoso —Alana sonríe, aferrándose a la mano de Jasiek, siente como su corazón late, un debate de sentimientos dentro de ella estalla, los años de convivir a su lado han colocado un gran peso—. Soy mayor de edad, padre. Estoy bien. ¿No lo ves? — grita y se zafa del agarre de su madre para colocarse al lado de Jasiek entrelazando sus manos.

Alma niega con los ojos llenos de lágrimas, temiendo lo que está por venir. Le ruega con la mirada que se detenga.

—Eres una jovencita que aún necesita guía. Vives bajo nuestro techo y debes respetar nuestras reglas. Eres nuestra hija, Alana, y nos debes obediencia, así que entra a la casa —declara Sergio con firmeza, marcando el número de la policía en su celular.

—Buenas noches, ¿en qué podemos ayudarlo? —pregunta la operadora al otro lado de la línea.

El corazón de Alana se detiene al escuchar las palabras de su padre. No puede creer lo que está sucediendo.

—Señor Gerber, será mejor que cuelgue. No es necesario crear un escándalo. Vendré con mi familia —interviene Jasiek, con una sonrisa torcida en los labios. Su padre lo convencerá, el desea que sea parte de nuestra familia desde hace años.

Sergio queda perplejo, sin comprender lo que está sucediendo. Mira a su hija, que muerde sus labios con temor en sus ojos.

Siente cómo su mundo se desmorona al escucharla decir:

—¡Me caso con Jasiek! —anuncia Alana con una voz cargada de determinación, mientras muestra el resplandeciente anillo que adorna su dedo medio—. Nos acabamos de comprometer, y nadie me detendrá. Solo mi madre tiene derecho a objetar, es mi madre...




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