Cisne Negro

"¿Quieres guerra, Alana?"

El regreso a Boston no fue agradable, sentirse como era el foco de las miradas, cada una de ellas clavándose como agujas en su piel. Izan Ribeiro había regresado, ya no era aquel niño dulce, comprensivo, ahora era un hombre, un bloque de hielo que no mostraba ni un atisbo de felicidad.

Le pide a Pavel que se detenga un momento antes de llegar a la empresa de su padre. No tiene idea de qué le aguarda en la oficina de su padre, pero se prepara mentalmente mientras peina su largo cabello. Pavel le entrega unos guantes de cuero negro, un gesto de apoyo en medio de la tormenta que se avecina.

—Señor, su madre estará muy feliz de verlo, no deja de llamar— comenta e Izan le pide con la mirada que continúe. 

—Mi madre, siempre está feliz de verme —responde con sarcasmo. 

—Es diferente, señor, no será a través de una pantalla. 

Izan guarda silencio, evitó por años ver a su madre. Pavel no comprende por qué un hijo no ha de querer ver a su madre. El que creció siendo un niño huérfano era su deseo más grande de tener una madre. Sin embargo, Izan solo evitaba saber cualquier detalle de la persona por la cual se fue del país.  

Mientras se acercan a su destino, la atención de Izan se desvía hacia una mujer rubia que camina apresuradamente. Su elegancia contrasta con la prisa, y su rostro queda oculto bajo un sombrero. Su largo vestido se mueve con la brisa y su cabello rubio cae en ondas perfectas hasta la mitad de su espalda. Intrigado, Izan observa cómo todos la saludan con sonrisas amables al entrar en la empresa de su padre  y guarda lo que parece ser unas zapatillas en su bolso. Pavel lo mira con cautela, consciente de que su amigo ha encontrado una nueva presa.  

«¿Quién será esa chica?», se pregunta, observando su reloj y luego a Pavel, quien vuelve a negar. Aunque ambos sean témpanos de hielo, bajan la guardia para ser “normales” 

—Mejor espera aquí— le ordena. 

—Lo lamento. No puedo dejarlo solo, ¿quién empujará su silla?— bromea Pavel, provocando que Izan apriete los puños en silencio.

Dejando que Pavel lo conduzca hasta la oficina de su padre Pavel, todos lo saludan y lo ven con asombro. Su transformación no pasa desapercibida, y uno de los mejores empleados de su padre se toma el atrevimiento de darle un abrazo, algo que deja helado a Izan al tomarlo desprevenido. 

—El pequeño CEO— suspira con orgullo, su rostro arrugado se ilumina con una sonrisa—, le pedí al creador mucha vida y salud para verlo tomar el control de las empresas de su padre. Sin embargo, sus hazañas en el mercado son de admirar.

—Gracias… — responde sin emoción mientras se adentra en el elevador, sus manos comienzan a sudar, víctimas de la ansiedad. De esto depende su vida, todo lo que ha deseado, lo que por ley le corresponde.

Al llegar al piso de su padre, sonríe al ver a su hermana que corre en su dirección, su pequeña Maia, con ella sus murallas caen.

—¡Izan! — grita y sus lágrimas caen una a una.  

Abre sus brazos para recibirla, y Maia no duda en correr hacia él. Besa sus mejillas mientras él la toma de la barbilla, admirando a la mujer más hermosa que han visto sus ojos. Sus cabellos rebeldes hacen cosquillas en su cuello cuando la abraza.

—La chiquita de papá es toda una mujer— musitó con orgullo y receló en su voz. 

—Solo tú, me ves como una mujer. Papi, no me deja ni hablar con el jardinero —se queja, no se ha percatado del hombre de dos metros con mirada penetrante—, me he sentido un poco enferma, debes consentirme y llevarme a Rusia.  

Izan la mira con un amor inmenso en sus ojos y deja un beso en su frente.  

Su madre llega al lado de ellos y sonríe. Una mujer hermosa, de cabello rubio y ojos color jade como los de su hijo, lleva un vestido color vino que le quita más de quince años. Izan levanta la mirada a Pavel, que se coloca a un lado y no deja de comerse a su madre con la mirada. 

—Pavel, evita esas miradas frente a mi padre. Si quieres regresar vivo a Rusia— sisea y Samantha ríe fuerte como siempre.  

— Un placer Pavel. Soy Samantha. Es un gusto para mí conocerte al fin y tranquilo. Mi esposo ladra, pero no muerde—Pavel asiente y permanece a un lado de ellos—, mi bebé está tan grandote y machote— solloza sin poder evitarlo, Izan hala de ella para sentarla en su regazo y la abraza con fuerza—, quisiera regresar el tiempo, mi niño— se lamenta al verlo en sillas de ruedas. 

Izan deja un beso en su sien y añade:  

—Yo no quisiera regresarlo, estoy satisfecho con lo que soy hoy en día, esto no fue un impedimento. Madre, estás hablando con Izan Ribeiro, el empresario más codiciado de Rusia e Inglaterra.  

Su madre niega por lo arrogante que es. 

Maia, observa al hombre rubio, de cabellos largos y barba espesa, sus ojos azules no muestran ninguna expresión, lo detalla lentamente. Cuando llega a su rostro y lo encuentra mirándola fijamente, se asusta y siente que sus niveles bajan y sus piernas flaquean, pero Pavel la agarra de los hombros.

—Pequeña, ¿estás bien? — le dice.

Samantha se alarma a ver a su hija pálida y Maia, recobra la fuerza lentamente y ríe nerviosa.  




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