Cisne Negro

"Mis reglas

Alana sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras el tono de Izan cambiaba, cada vello de su cuerpo se erizó y su corazón latía con fuerza contra su pecho, como un pájaro atrapado en una jaula de oro. La belleza del castillo ahora parecía empañada por una sombra sombría.

—¿Qué estás diciendo, Izan? — pregunta mientras se aferraba a la llave en su cuello, como si fuera su única esperanza en medio de la oscuridad que se cernía sobre ellos —, no entiendo lo que dices.

Izan sonrió con malicia, sus ojos brillando con una intensidad que enviaba escalofríos por la espalda de Alana.

 —Estoy diciendo que este castillo es el lugar que soñaste desde niña y seremos muy felices mientras cumplimos esta estúpida cláusula. 

«Aquí es donde pagarás por tus errores, donde enfrentarás el peso de tus acciones que hoy nos mantienen atados», pensó, apartando la mirada. La idea de despojarla de ese feo vestido le daba vueltas en la cabeza. «Es demasiado feo para ella» 

La luz del sol se filtraba a través de las ventanas altas, pintando patrones de sombras y luz en las paredes de piedra gastada. Cada paso de Alana por la estancia resonaba, en el suelo, de mármol pulido, creando una melodía suave y solemne que parecía pertenecer al pasado. Izan, por su parte, permanecía en el mismo lugar, dejando que detallara lo que ahora sería su jaula. Las paredes estaban adornadas con tapices antiguos y pinturas al óleo, cada una contando una historia de glorias pasadas y héroes olvidados.

Y mientras contemplaba las altas paredes y los techos abovedados del castillo, Izan recibe una llamada que la hace pararse en seco al escuchar su tono dulce.

— ¡Hola! Tú nunca serás una molestia... ¡Deseaba escuchar tu voz! — Alana abre sus ojos de par en par al verlo sonreír. Él se aleja mientras su otra mano empuja la ruedas de su silla.

Alana siente un sabor amargo que sube por su garganta.

«¿Dónde quedó el Izan amargado y gruñón?» Piensa y se detiene para ver a Pavel, el rubio no aparta la mirada.

Alana llega a su lado.

— ¡Eres un pervertido, me tocaste el trasero! Solo porque soy buena, no le diré nada.

Pavel levanta una de sus cejas pobladas y la mira desde arriba.

Pavel se pierde en sus ojos azules, preguntándose ¿qué tanto daño le pudo hacer esa niña a su jefe?

— No fue mi intención, le pido disculpas.

Alana no pensó que se disculpara, así que solo termina por asentir y sus ojos vuelven a ver a Izan.

— ¿Sabes con quién está hablando? — le pregunta mientras se cruza de brazos y frunce sus cejas —, recuerdas que somos amigos.

Pavel mantiene su cordura y antes de alejarse le susurra.

— No somos amigos y no te incumbe con quién hable el señor, muchos terminan mal por meter sus narices donde no los llaman.

Alana lo mira, perpleja y lo agarra del brazo, Izan se percata de lo que sucede y termina la llamada.

— Pavel, llama a las personas de servicio — Le ordena y segundo después, más de veinte personas perfectamente impecables, estaban siendo presentadas a Alana. Izan marcaba las reglas con voz firme y un deje de autoridad —. Alana, estas son las personas que velarán por tu bienestar—explicó Izan mientras indicaba a los sirvientes con un gesto de su mano—, pero, quiero que quede claro desde el principio: aquí rigen mis reglas. No habrá visitas a solas ni muestras de debilidad ante los sirvientes. Esto es una cuestión de seguridad, ¿entendido?

Alana frunció el ceño, sintiendo el fuego de la indignación arder en su interior. ¡No podía creer que Izan intentara controlar cada aspecto de su vida de esta manera!

— ¿Seguridad? ¡Esto no es una prisión, Izan! —exclamó Alana, su voz vibrante de emoción—. ¡¿Cómo te atreves a imponerme reglas?! ¡No soy un objeto y ellos — señala a los sirvientes —, son personas también! ¡No tienes por qué tratarlos de esa manera! ¡Creo que los humos se te han subido a la cabeza o ese pelo te está pesando de más!

Izan tensa su mandíbula y siente cómo la sangre le hierve.

Una de las empleadas, la jefa de todos, tiene una edad más avanzada. Le sonríe con gratitud por pensar en ellos. Hace mucho que nadie lo hace y la necesidad los tiene soportando todo por un techo y pan.

— No están aquí de balde, tienen años viviendo con sus familias en los alrededores de mi castillo y están bien pagados, con seguros incluidos.

— Lamento corregirte, pero será nuestro castillo. Así que — se gira para mirar a los empleados —, pueden irse con sus familias después de mediodía y los fines de semana no son laborables. Respecto a mis visitas, lo hablaremos luego.

Agrega lo último con determinación y todos se miran y sonríen entre sí. Tienen años dejando sus vidas entre las murallas de ese castillo solitario.

— No me opondré, estás en tu derecho, Alana. Sin embargo, tendrás que hacerte cargo de mí.

— ¿¡Qué!? — el grito de Alana no se hace esperar.

— No lo repetiré, de nuevo. Sin mis trabajadores no puedo depender de mí mismo, y Pavel solo es mi escolta y no hará ciertas cosas — añade curvando sus labios, lleno de malicia al ver cómo su rostro pierde el color.




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