Horas después, el estruendo de motores de última generación despiertan a Alana, entre lágrimas, había caído rendida en el suelo. Se levanta con paso pesado y se acerca al balcón, solo para presenciar una escena desconcertante: varios hombres de negro rodean los flamantes coches estacionados frente al castillo. Alana no puede evitar preguntarse una y otra vez en qué estará metido Izan. Todo lo que rodea a ese hombre destila peligro y misterio.
Lo ve salir imponente en su silla de ruedas. A pesar de su condición, Alana no puede negar que Izan sigue siendo una figura imponente «De pies debe ser más alto» piensa, es más hermoso de lo que su mente puede imaginar. Lleva puesto una camisa negra de cuello alto y una gabardina del mismo tono, su cabello perfectamente peinado y un elegante reloj de oro adornando su muñeca izquierda. Alana niega con la cabeza porque nunca dejó de ser un fanfarrón.
«Izan desmayaría a cualquier mujer»
Los hombres asienten ante él, como si reconocieran su autoridad sin necesidad de palabras. Y cuando parece sentir la mirada de Alana sobre él, gira la cabeza hacia su habitación. Su mirada hace que Alana sienta un estremecimiento en todo su cuerpo, y se aleja rápidamente de la ventana. Minutos después, los motores rugen una vez más, y la lujosa entrada queda desierta, como si todo hubiera sido solo una ilusión fugaz.
Alana entra en tocador y llena la tina con agua caliente, liberándose del albornoz que la envolvía. Su reflejo en el espejo le devuelve una imagen que la atormenta una y otra vez: esos ojos azules la ven fijamente, sin poder aguantar más pierde el control.
— ¡Ah! ¡Te odio, te odio! — grita y jala de sus cabellos con furia, derribando todo lo que encuentra a su paso en la encimera. Un jarrón cercano vuela hacia el gran espejo—. ¡Soy tu reflejo, soy todo de ti y aun así no logro odiarte! ¡Lo grito, pero no lo siento!
Sus lágrimas caen en torrentes, y los gritos de la señora de servicio tras la puerta no cesan.
— Marta, todo está bien —le dice en un tono calmado mientras se sumerge en la tina, sus brazos adoloridos—. Por favor, retira a todos los de servicio y tú también puedes irte.
— Señorita, pero el Sr. Ribeiro… —murmura con miedo.
— El señor está de acuerdo, me informó antes de irse. Ah, y por favor, trae algo de comida para Copito y una copa para mí.
— Como ordene, querida. ¿Todo está bien?
— Sí, Marta —muerde sus labios, sintiendo cómo su pecho amenaza con desbordarse. Solo quiere sacar lo que la consume, solo quiere olvidar—. Mejor, vete. Yo misma buscaré lo que necesito.
Marta finalmente decide irse, pero la preocupación la consume. Informa a todos que pueden retirarse, pero ella elige quedarse. Alana abre la pequeña maleta y sonríe con tristeza al ver todo lo que su hermanita y su madre han empacado para ella. En silencio le pide perdón por no quererla cuando eran pequeñas, ella no entendía por qué, cuando la vida finalmente le dio un padre que la amaba, llegaban dos personas más en su vida, para arrebatárselo, cuando ella nunca había tenido uno.
Se viste con el atuendo que más ama, aquel que la hace sentir especial, libre y sobre todo aceptada. Con él puede ser la mujer que realmente es, sintiendo cómo vuela en cada giro, tocando la libertad en cada paso. Para su prometido, era demasiado exhibicionista y todo lo que él consideraba negativo, por eso durante tantos años lo mantuvo oculto. Solo su hermana conocía su pequeño secreto. Se cubre con un sobretodo y alza a su gata en brazos, dándole muchos besitos mientras la bola peluda ronronea para ella. Al bajar, Marta le sonríe con cariño, la mira con ese amor de madre que sabe reconocer cuando alguien está librando una batalla interna.
— Marta... Puedes retirarte, tranquila, todo está bien.
— No, hija. Aquí me quedaré, y perdón por no obedecer —responde, sirviéndole una sopa de verduras a Alana, quien siente que sus ojos arden.
Odia las sopas, le traen malos recuerdos. Era lo único que les hacía comer su verdadero padre, y aparta el plato con lágrimas en los ojos.
— ¿No le gusta, señorita? Puedo prepararle algo diferente.
— No, tranquila, no tengo mucha hambre. Dale de comer a Copito, sí —le sonríe, y antes de alejarse, Marta la detiene.
— Señorita, tome. Recordé que el señor me ordenó comprar cajas de galletas de leche. Tenga, y que aquí estaré.
Alana asiente, sin poder articular palabra. Las lágrimas están a punto de romper su dique, al pasar por la sala de estar agarra lo primero que se asoma en el estante.
«Lo recuerdas», piensa para sí misma. «Sé que siempre has mentido sobre tu amnesia, o tal vez fue mi padre quien te habló de las galletas, mi señor pizzero» resuena en su mente, y ya no puede contenerse más.
Sale al jardín y corre mientras sus lágrimas caen. Entre las fuentes y los arbustos, y el hermoso paisaje que la rodea, sus lágrimas cesan, dejándola atónita. Descubre una gran pérgola de color y la vegetación verde con pequeñas flores que caen de la pérgola parece sacada de un cuento de hadas, y las nubes se forman jugando a su favor.
Coloca su casco y sube el volumen de una de sus canciones favoritas, "Car's Outside", mientras dulce sabor se desliza por su garganta. Deja caer su sobretodo, revelando un crop top de color blanco que deja ver su piel. Baja el short que ocultaba el tutú y arroja al suelo con rabia la ropa que la asfixia.
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Editado: 19.06.2024