Cita a ciegas

❉ Capítulo 4

Xiana salió del consultorio con la mente en blanco. Las palabras del doctor resonaban en su cabeza como un eco interminable. “Embarazada”, ya había visto las dos rayitas en su otra prueba, pero que un doctor se lo confirmara era más impactante. No podía creerlo. Su vida había dado un giro inesperado y no sabía cómo enfrentarlo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lilen, preocupada por su hermana.

—No lo sé. Necesito tiempo para pensar —respondió Xiana, con la voz temblorosa.

De regreso a casa, Xiana no podía dejar de pensar en Brad. A pesar de su arrogancia y su actitud despectiva, él era el padre de su bebé. ¿Debería decírselo? ¿Pero dónde lo buscaría? No sabía nada de él. Las preguntas se agolpaban en su mente, sin encontrar respuestas claras. Si sus padres estuvieran con vida, estaba segura de que le darían una buena golpiza, estaba embarazada de un desconocido.

Mientras tanto, en su lujosa oficina, Brad estaba inmerso en su trabajo, tratando de olvidar aquella noche con Xiana. Sin embargo, algo en su interior le decía que no podía simplemente dejarlo atrás. Había algo en ella que lo había marcado, aunque no quisiera admitirlo. Había intentado seguir con su vida, entablando una relación con Roma, la mujer con la que tendría la cita aquella noche que conoció a Xiana.

—Señor, tiene una llamada en la línea uno —dijo su asistente, interrumpiendo sus pensamientos.

—Gracias, Laura. Ahora la tomo —respondió, levantando el auricular.

—Hola, bebé —dijo la voz de Roma al otro lado de la línea.

—Roma, lo siento por lo de la otra noche. Fue un malentendido —se disculpó Brad, sintiéndose culpable.

—No tiene importancia, hoy podríamos vernos —dijo Roma de forma melosa.

Brad suspiró, sintiendo que algo le pesaba.

—Claro, termino aquí y voy a tu departamento —respondió, colgando el teléfono después de despedirse. No podía lastimar a Roma por una simple tontería; no sabía nada de la otra mujer, y ella era la indicada para formar una familia y casarse.

Tenía que pensar en lo que sus padres le habían aconsejado: pedirle matrimonio y así tomar ventaja con su primo. No iba a permitir que la empresa que tanto le había costado a sus abuelos levantar quedara en manos de Tom.

Sacó del cajón de su escritorio la cajita de color azul y la abrió para apreciar el anillo de compromiso que había guardado desde hace meses.

—Hoy mismo haré esto, ya no tiene sentido seguir atrasándolo —dijo dándose ánimos.

(•••)

Xiana comía pastel de chocolate con la mirada perdida; sus hermanas la observaban preocupadas por ella.

—Querida, comparte lo que piensas —dijo la menor de ellas.

—Tengo miedo, no sé nada del padre de mi hijo y debo enfrentar nuevos gastos —Lilen la detuvo levantando su mano.

—Alto ahí, no estarás sola en esto; nosotras estamos con ustedes —Bianca se sentó a un lado de Xiana y la abrazó.

—Siempre juntas, recuerda. Por eso mismo, dinos qué piensas hacer —le pidieron.

—Buscaré trabajo de mediodía y el otro mediodía estaré en el local; ahorraré mientras el bebé nace y luego veré si sigo con los dos trabajos —dijo al fin todo lo que había estado pensando. Sus hermanas no estaban muy convencidas, pero sabían que ella era demasiado terca para entrar en razón; la apoyarían, como siempre lo han hecho.

—Juntas en todo, hermana, pero pienso que debes buscar al padre, al menos para que aporte dinero —Bianca era la menor, y lo único que la diferenciaba de las tres era que siempre soñó con un marido millonario; su lema era: “El dinero es la felicidad”.

—Quizás más adelante, o se lo dejaré al destino —Xiana no estaba muy convencida de aquello que decía su hermana.

Lilen quiso golpear a Bianca; siempre tenía el signo de peso dibujado en su mente.

—Deja de pensar en el signo de peso, querida. Lo único que importa aquí es que nuestra hermana y sobrino estén bien —la reprendió, pero aquello le valió tres pepinos a la joven.

—Solo digo, además, sin dinero no existe felicidad y tampoco tranquilidad. Por eso yo voy a buscarme un millonario —Lilen le dio un golpe en la cabeza con su mano, haciendo que esta al fin cerrara la boca.

Xiana solo las observaba, pero su mente estaba en aquella noche en la que conoció a Brad; a ella le había parecido muy guapo, no había dejado de pensar en él todo ese tiempo, y aunque le parecía arrogante, no podía negar que era demasiado hermoso.




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