Cita Con El Caos.

Cap2-Planes.

El día anterior terminó entre bromas, carreras y esa sensación extraña que me dejó verla sonreír de esa manera. Después de eso apenas crucé palabra con ella; me fui a dormir con la cabeza dando vueltas, pensando más de lo que debería.

Ahora es un nuevo día, y mientras Jean me cuenta cualquier cosa sin importancia, yo no dejo de repasar en mi mente cómo la enana logra que todo sea menos aburrido. Apenas llevo aquí un par de días y ya siento que el verano tiene otro color.

El ruido de la música me saca de mis pensamientos. El volumen es tan alto que hasta las paredes vibran, y yo ya sé lo que eso significa: Ainoa en pleno show matutino.

—Tu favorita ya armó un concierto allá arriba —me dice Jean con una sonrisa burlona.

Sonrío de medio lado. La conozco demasiado bien: cuando pone música a todo lo que da, es porque está en modo diva.

—Espérame aquí —murmuro, y subo las escaleras con pasos rápidos.

El pasillo entero tiembla al ritmo de la canción que se escapa por debajo de la puerta del baño.

🎶 “No lleva nada debajo del vestido, oh…
y no le dice a nadie que sale conmigo, yo…” 🎶

Casi me atraganto de la risa. Si conozco a esa loca, seguro está bailando frente al espejo, creyéndose la estrella del momento.

Apoyo la oreja en la puerta y escucho un poco más. La tentación me puede. Saco el celular, abro Instagram y preparo la cámara en vivo con una sonrisa maliciosa. Esto va a ser oro.

Giro la manija y, como siempre, la puerta no tiene seguro. La abro apenas un poco… y ahí está : subida en la bañera, con un short diminuto y una blusita ajustada, espuma en el pelo y el pomo del champú en la mano como si fuera un micrófono.

La imagen es tan ridícula que termino doblado de la risa, casi cayéndome al suelo.

—¡Joder, Ainoa! —exclamo, sin poder contenerme.

se queda helada, mirándome como si hubiera visto un fantasma, y luego me grita con toda la fuerza de sus pulmones:

—¡Sal de aquí, orangután!

Y claro… eso solo me hace reír todavía más.

Me mira como si quisiera lanzarme el champú en la cara, pero en lugar de eso toma un puñado de espuma del lavabo.

—¿Te crees gracioso? —me suelta con esa media sonrisa que anuncia venganza.

—Bastante, la verdad —le respondo, intentando no reír más.

Y antes de que pueda moverme, ¡zas! Me embarra toda la cara de espuma. Parpadeo, medio ciego, mientras ella se dobla de la risa sujetándose la barriga.

—¡Ahora pareces Papá Noel en pleno verano! —grita, casi sin aire.

—¿Ah, sí? —me limpio un poco con la mano, pero dejo el resto a propósito—. Pues Santa Claus tiene regalos también.

Me acerco en un movimiento rápido y paso la espuma que me queda en la mano por su nariz. Chilla, me empuja, pero se resbala en la bañera y casi pierde el equilibrio. La sujeto de la cintura justo a tiempo.

Por un segundo quedamos demasiado cerca, con su risa atrapada entre nosotros. Puedo sentir cómo su respiración choca contra mi mejilla y, por un instante, el mundo parece detenerse.

carraspea, se suelta y me empuja hacia atrás, nerviosa.
—Eres un idiota —dice, aunque no puede borrar del todo la sonrisa.

—El idiota que te acaba de salvar de darte un buen golpe —replico, levantando una ceja.

—Y el mismo que me está robando la privacidad cada vez que vengo al baño —me lanza una mirada asesina, pero sus mejillas enrojecidas la delatan.

Me quito la espuma de la cara mientras todavía la escucho reírse de su propia ocurrencia. Ya me había fijado antes en ese short diminuto y la blusa de tirantes, pero ahora la escena me golpea distinto. Los detalles que solían parecer inofensivos se vuelven difíciles de ignorar: el tirante que se desliza apenas sobre el hombro, la tela húmeda pegada a la piel, las gotas resbalando despacio por el cuello.

Trago saliva y aparto la mirada, apoyándome en el marco de la puerta como si necesitara sostenerme. “Contrólate, es Ainoa, la misma de siempre”, me repito, aunque el cuerpo parece tener otras ideas.

Esta sigue en lo suyo, tarareando entre dientes, secándose el cabello con la toalla, moviéndose como si el baño fuera su escenario privado. Habla de lo mal que canto, de que le arruiné su “show”, pero apenas escucho la mitad de lo que dice. Estoy demasiado distraído intentando recuperar la calma.

—¿Se te perdió algo? —pregunta de golpe, arqueando una ceja y pillándome en plena distracción.

Me enderezo enseguida y suelto lo primero que se me ocurre:
—Sí, la paciencia. Y parece que tú te la quedaste toda.

La toalla mojada vuela directo a mi pecho. Ríe satisfecha, y yo no reacciono. Me quedo quieto, observándola con una mezcla de fastidio fingido y algo que prefiero no descifrar todavía.

Cruzo los brazos, tratando de mantener el papel de siempre, aunque cada gesto suyo me resulta más difícil de encasillar.

—Un día de estos vas a cobrar entrada —murmuro, como si todo fuera un juego.

—Y tú serás el primero en la fila —responde con ese destello en la mirada que no sé si me reta o se burla de mí.

—Seguro —contesto, con un tono más bajo del que quería.

El silencio que nos envuelve después se siente extraño. El goteo del grifo, los pasos lejanos de la casa… todo parece sonar más fuerte que nosotros. Me aclaro la garganta, buscando romper la tensión, y me aparto un poco.

—Me voy abajo… disfruta tu concierto, superstar.

Salgo del baño con una media sonrisa que no termina de ser natural. Camino hacia las escaleras, intentando que la imagen de hace unos segundos no me persiga.

Bajo las mismas con las manos en los bolsillos, intentando sacudirme de encima la imagen de hace un rato. El olor a café llega desde la cocina, en la sala me encuentro con algo que me frena en seco: Jean está sentado demasiado cerca de la madre de Ainoa. Ambos hablan animadamente, como si fueran viejos conocidos.

Entorno los ojos, sin hacer ningún comentario.




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