Cita Con El Caos.

Cap3- Acaso es una broma.

Mi madre se acerca despacio, su rostro muestra una mezcla de cariño y preocupación, como siempre. La abrazo fuerte, aferrándome por unos segundos más de lo que debería. Es raro, irme de vacaciones sin ella. Normalmente, siempre estamos juntas, compartiendo todo, desde los pequeños detalles hasta los momentos más grandes. Esta vez, es diferente.

—Cuídate mucho, ¿sí? Y recuerda, si te sientes mal en algún momento, toma tus pastillas. —Su voz tiene un temblor casi imperceptible, como si también le costara dejarme ir.

—Lo sé, mamá —respondo, tratando de sonar más firme de lo que realmente me siento. La abrazo un poco más, como si quisiera quedarme allí, bajo su cuidado. Estoy rara, como si me estuviera olvidando de algo. Pero respiro hondo, sabiendo que no puedo quedarme allí para siempre.

Desde el auto, los chicos gritan en coro, burlones:

—¡La niña va a llorar! ¡Uuuhhh!

Las risas estallan en el aire, y yo les saco la lengua, pero en el fondo, aún siento ese nudo en el estómago. Al separarme , la miro un segundo más, notando lo bien que se ve ahí, de pie, viéndome partir. Algo dentro de mí dice que nunca me acostumbraré a ir a algún lugar sin que pueda llevarla conmigo. Pero el momento pasa, y me subo al coche, tratando de sacudir esa sensación rara que se quedó conmigo.

Acomodo la mochila en mi regazo, cuando mis ojos se desvían a un hombre alto, vestido de traje oscuro, con una barba perfectamente recortada. Está caminando hacia donde la dejé . ¿Quién es? pienso, sintiendo una curiosidad que me deja un leve malestar en el pecho. Pero antes de que pueda seguir pensando, el motor arranca y la figura se va haciendo pequeña en el retrovisor, mientras la conversación de los chicos me arrastra de vuelta a la realidad.

—¿Pasa algo? — pregunta Dilan, mirando rápidamente hacia mí desde el volante.

Dudo un segundo y sacudo la cabeza.
—No… nada.

Y con eso, empieza el viaje.

El coche avanza a toda velocidad por la carretera, el sol brilla con fuerza y el aire acondicionado, que empieza a fallar, no ayuda en nada. Todos comenzamos a quejarnos del calor, y eso hace que la atmósfera se vuelva aún más tensa. El del volante, por supuesto, está completamente ajeno a nuestras molestias.

—¡Por favor, deja que una canción termine! —grita el chico de cabello rubio desde el asiento trasero, irritado.

El conductor no responde, solo cambia otra vez la canción, esta vez pasando a algo completamente diferente. La melodía suena apenas unos segundos antes de que vuelva a hacer lo mismo.

—¡Eres un monstruo! —dice Mateo, tirándose atrás en el asiento. Yo solo suspiro, rodando los ojos. Si hay algo que no aguanto es este juego de poder con la música.

También empiezo a protestar, aunque más en broma.
—Este tipo tiene más cambios de humor que una playlist de 50 canciones, ¿eh?

Los chicos ríen, y el se queda un segundo mirando al frente, como si lo estuvieran juzgando. Entonces, con un suspiro de exasperación, cambia la canción una vez más. Esta vez, empieza a sonar una balada lenta, y por un instante, todos nos quedamos en silencio.

—Esto sí que es un cambio radical —digo, señalando asía el , el cual ni siquiera parece notar que ahora su selección musical ha dejado de ser algo “enérgico”. Pero, a pesar de su indiferencia, me parece casi tierno que no quiera que nadie se aburra en su presencia.

Sin embargo, al cabo de unos minutos, la canción vuelve a cambiar. Este chico no tiene remedio.

Me recuesto en el asiento, mirando por la ventana. Siento el calor invadiendo el coche, pero mis pensamientos están más ocupados en lo que podría pasar durante estos días . No es que me incomode estar lejos de mi madre, pero, por alguna razón, no me siento lista para estar en este viaje con todos ellos. Siento como si algo no estuviera bien

—¿Y qué vamos a hacer cuando lleguemos? — pregunto, solo para romper el silencio incómodo.

Dilan me lanza una mirada rápida, como si estuviera esperando que preguntara. Su respuesta es directa.

—Vamos a tomar un avión en el puerto directo a Mongolandia. — lo dice con una seriedad que me desconcierta.

La risa de los chicos estalla al instante. Todos, absolutamente todos, empiezan a reír como si fuera el mejor chiste del día. Yo me quedo en silencio, procesando lo que acaba de decir.

—¿Mongolandia? —digo, fingiendo total incredulidad, con la voz entrecortada por el sarcasmo—. Claro, claro. ¿Y cómo llegamos, en un avión invisible? ¿O tenemos que tomar un tren hasta la estación de “No sé qué rayos estás diciendo”?

Los chicos estallan de risa. Es imposible no reír con la situación, pero lo que realmente me molesta es que él parece estar completamente serio. ¡Y eso lo hace aún más ridículo!

—Sí, Mongolandia —responde él, tan serio como si realmente estuviera hablando de algo importante.

quedo mirandole, totalmente desconcertada. ¿De verdad me está tomando el pelo?

—¿Qué clase de broma es esa? —me repito, sin poder creer lo que acabo de escuchar.

Entonces, algo en mí se enciende. Estoy demasiado harta de tanta seriedad, y mis manos buscan algo para expresar mi frustración. Mis ojos caen en la chancla que uno de los chicos dejó en el suelo, como si el universo me estuviera dando el arma perfecta.

Sin pensarlo, la tomo y la alzo hacia el aire con una sonrisa traviesa.

—Pues yo te llevaré a Michanclaentucaralandia —digo, levantando la chancla como si fuera un cetro de poder.

La risa explota en el coche. Los chicos no pueden parar de reír, y lo mejor es que él, el cara de platano, muerto de hambre andante, no sabe si tomárselo en serio o no. Pero, para cuando levanto la chancla como si fuera una espada, él ya está a punto de explotar de risa también.

—¿Michanclaentucaralandia? —dice, levantando una ceja, claramente confundido y ahora con una sonrisa que no puede esconder.

—Sí, y si no cooperas, —agito mi arma mortal más cerca de su cara—, te mando directo a la zona de castigo, sin pasaporte.




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