Citas con el Azar

El desastre en la boda

El salón estaba decorado con guirnaldas de luces blancas y flores delicadas. Música suave de cuerdas llenaba el aire, aunque entre murmullos de invitados y risas, lo que dominaba el ambiente era el clásico caos alegre de cualquier boda. Meseros iban y venían con copas, los niños correteaban entre las mesas, y el fotógrafo se esforzaba por atrapar sonrisas impostadas en cada rincón.

Cleo entró al lugar con un vestido verde esmeralda que había tomado prestado de Luna. Ajustaba perfectamente, aunque ella se sentía como un disfraz viviente. Sus nervios estaban a flor de piel, y apenas había dado un paso hacia el salón cuando tropezó con la alfombra.

—Perfecto, caída en la primera curva. Esto promete —murmuró para sí misma.

Luna, que la acompañaba, le dio un codazo.

—Relájate. Nadie vio nada.

—Nadie excepto ese señor mayor que ahora piensa que necesito frenos ABS —susurró Cleo.

Avanzó hasta la mesa que le habían asignado. Miró las tarjetas con los nombres mientras se acomodaba. Suspiró de alivio al ver que no conocía a más de dos personas en toda la mesa, suficiente anonimato para sobrevivir al evento.

O al menos eso pensaba.

Porque a los pocos minutos, otro invitado llegó, elegante, con esmoquin azul marino perfectamente ajustado, corbata con un nudo impecable, y esa expresión seria pero intrigante que Cleo reconocería incluso entre cien.

Íker Lamas estaba allí.

Ella parpadeó incrédula, como si necesitara reiniciar el cerebro.

—No puede ser.

Él la vio enseguida. Se detuvo un instante, suspiró con gesto de resignación y luego se acercó.

—De todos los lugares en esta ciudad —dijo Cleo, medio riéndose, medio alarmada—, tenías que aparecer en una boda.

—De todos los hombres en mi mesa —replicó él, alzando la tarjeta con su nombre—, tenía que sentarme frente a ti.

Ella se dejó caer en la silla.

—Esto ya no es destino. ¡Esto es persecución!

—Podría jurar lo mismo —respondió él, aunque la sonrisa pequeña que asomaba en su boca lo delataba.

La ceremonia inicial transcurrió con cierta formalidad. Cleo trataba de concentrarse en los novios, pero su mirada se desviaba cada tanto al frente, hacia Íker, que escuchaba atento al oficiante. Él, a su vez, la observaba de reojo cuando creía que ella no lo notaba.

El problema fue la recepción. Ahí, el caos que Cleo tanto temía se desató.

Primero, un brindis improvisado de un tío demasiado borracho terminó con vino derramado en la falda de Cleo. Ella gritó un “¡Nooo!” que resonó más que los aplausos. Íker, rápido, le alcanzó una servilleta con calma de cirujano.

—Es oficial —bufó ella—. Soy la atracción cómica del día.

—Eso parecía un brindis dirigido a ti —comentó Íker con ironía.

—Muy gracioso. A ver si tú sobrevives intacto.

No tuvo que esperar mucho. Apenas media hora después, una niña de seis años corrió entre las mesas y tiró del mantel de la mesa de Íker, volcando un vaso de agua directo a sus zapatos.

Cleo lo señaló triunfante:

—¡Ja! El universo es justo.

Él se miró los zapatos empapados y, con serenidad, dijo:

—Al menos no fue vino.

Ella soltó una carcajada que atrajo miradas indiscretas, pero en ese momento ya no le importaba.

Después vino la parte inevitable: el baile.

La orquesta comenzó con los valses y la pista se llenó de parejas girando con torpeza. Cleo se refugiaba en una esquina, dispuesta a pasar desapercibida, hasta que escuchó la voz del maître de ceremonias:

—¡Todos los invitados, acompáñennos en la pista para abrir el baile en honor a los novios!

Los meseros empezaron a guiar a las parejas, y antes de que Cleo pudiera reaccionar, un empujón de Luna la lanzó hacia adelante… directo hacia Íker, que ya había sido arrastrado por Teo.

—Bailen, por Dios —susurró Luna, desapareciendo entre la multitud.

Los dos quedaron frente a frente, incómodos en medio de la pista.

—No pienso bailar contigo —dijo Cleo, aunque sus pies ya se movían involuntariamente.

—Yo tampoco. Pero al parecer no tenemos opciones.

La orquesta empezó, y enseguida todo se convirtió en un desastre coordinado. Cleo pisó a Íker tres veces en menos de un minuto. Él trataba de guiarla, pero ella giraba en direcciones contrarias, como si hubiera inventado su propia coreografía.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó él, conteniendo la risa.

—Es improvisación artística. ¡Estoy revolucionando el vals!

—Estás intentando matarme discretamente. Ya no siento mis pies.

Sus discusiones llamaron la atención de otros invitados, que los miraban con sonrisas cómplices. Para ellos, parecían la pareja graciosa que aportaba el toque caótico a la pista.

Al final terminaron girando de forma tan torpe que chocaron contra la mesa de postres, volcándola parcialmente.

Cleo tapó su boca con horror.

—Oh, no… ¿Acabo de arruinar el pastel de boda?

El fotógrafo inmortalizó el instante: ella con gesto de culpabilidad absoluta, él sujetándola de la cintura para evitar que cayera sobre la mesa.

—Esto es un ataque a la repostería —susurró Íker, mordiendo la risa.

Ella no pudo evitar reír. Y entre risas, sus rostros quedaron más cerca de lo debido. Demasiado.

El ambiente cambió casi sin que lo notaran. Entre tanto desastre, de pronto el bullicio del salón desapareció. Se miraron, aún tomados de la cintura, con la respiración agitada y los ojos brillando bajo las luces suaves.

Él inclinó un poco el rostro hacia ella. Ella contuvo el aliento.

Todo parecía detenerse, como si por fin fueran a cruzar esa línea invisible que habían estado evitando por semanas.

Pero entonces, el DJ subió la música con una canción divertida, y un grupo de niños irrumpió en la pista, interrumpiéndolos abruptamente. Ambos se separaron de golpe, nerviosos.

—Genial —dijo Cleo, buscando excusa—. Salvados por una coreografía infantil.




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