Citas con el Azar

El plan de los amigos

Luna estaba convencida de que el universo era maravilloso, pero no lo bastante eficiente. Ya había dado pistas de sobra: encuentros repetidos, bailes torpes, un casi-beso en una boda. Sin embargo, ahí estaban Cleo e Íker, todavía rodeando la evidencia como si jugaran al escondite emocional.

Así que, después de escuchar a Cleo por enésima vez suspirar y negar lo obvio, Luna decidió que había llegado el momento.
—Esto no puede seguir así. Necesitan un empujón profesional.

—¿Profesional? —repitió Cleo, arqueando una ceja. Estaban en la cocina de su departamento, con Rocco husmeando curiosamente en la bolsa de galletas.
—Sí, profesional. Porque tú y el arquitecto se comportan como adolescentes que no saben leer señales.

Cleo trató de disimular el rubor con sarcasmo.
—¿Y qué sugieres? ¿Qué nos encierres en un ascensor hasta que confesemos sentimientos?

Luna lo anotó mentalmente.
—No es mala idea.

Al mismo tiempo, Teo tenía la misma conclusión desde el flanco opuesto. Llevaba semanas observando a Íker distraído, corrigiendo planos mientras sonreía inexplicablemente solo, o bebiendo café sin azúcar con mirada perdida.

—Hermano, aceptémoslo. Estás perdido por esa chica —dijo una tarde, apoyado sobre la mesa de trabajo.
—No es así —negó Íker, demasiado rápido.

Teo soltó una carcajada.
—Claro. “No es así”. Como cuando alguien insiste en que no está mareado mientras camina en zigzag.

Íker suspiró, cansado de la insistencia.
—No pienso hablar de esto. Es complicado.

—No, lo complicado es lo tuyo con los planos. Esto es simple: te gusta y punto. Y si no te vas a mover, yo lo haré por ti.

Íker lo miró con una mezcla de resignación y horror.
—¿Qué piensas hacer?

Teo soltó una sonrisa peligrosa.
—Lo que haga falta.

Unos días después, Luna y Teo coincidieron en un café, cada uno con la misma frustración a cuestas. En cuanto compartieron informes de campo, descubrieron que pensaban lo mismo: necesitaban intervenir.

—Es evidente que se gustan. —Luna golpeó la mesa con convicción—. Pero no dan el paso.
—Y mientras tanto nos arrastran a todos con su tensión interminable —añadió Teo.
—Exacto. Así que… tenemos que planear algo.
—Un plan maestro —dijo él, entusiasmado.
—O al menos funcional.
—O al menos divertido.

Chocaron las manos como socios conspiradores.

Su primer plan fue sencillo: una cena grupal impostada.

—Hacemos como que es una reunión de amigos, pero solo invitamos a ellos dos. Y claro, nosotros —explicó Luna, con una sonrisa brillante.

—Perfecto. Cena de “todos” que en realidad son “ustedes dos y los organizadores” —confirmó Teo.
—¿Qué tan sutiles deberíamos ser?
—Nada. La sutileza es sobrevalorada.

Así, organizaron la cita. Llamaron a Cleo diciéndole que habría una cena multitudinaria en casa de Luna. Teo convenció a Íker asegurando que era una “noche relajada con muchas personas”.

Cleo llegó con una botella de vino, preguntando por el resto de invitados. Solo encontró a Íker en el salón, tan confundido como ella.

—¿Dónde está la multitud? —preguntó Cleo, fulminando con la mirada a Luna.

—Donde mismo que los planos de Íker: en tu imaginación —respondió Luna con descaro, mientras Teo sacaba la pizza del horno.

El ambiente se llenó de silencios incómodos, miradas cruzadas y un par de toses falsas. Luna y Teo, en lugar de disimular, sentían que todo era un éxito en proceso.

El segundo plan fue aún más tosco: inscribirlos sin consentimiento en un taller de baile latino.

—Si casi se besaron bailando un vals en una boda, ¡imagina lo que harán con una salsa! —argumentó Teo, frotándose las manos como villano de caricatura.

—Hermoso. Caos garantizado —dijo Luna, satisfecha.

Ambos recibieron al mismo tiempo un correo de confirmación del “taller especial de salsa para principiantes: ¡traiga a su pareja!”.

Cuando Cleo abrió el mensaje, llamó indignada a Luna.
—¡Me inscribiste en clases de salsa con Íker! ¿¡Estás loca!?

—Locamente preocupada por tu vida sentimental —corrigió Luna.

Íker, por su parte, miró a Teo con esa expresión que mezclaba serenidad y resignación.
—¿Qué se supone que haga con esto?
—Preferiblemente moverte al ritmo de la música —contestó Teo, dándole una palmada en la espalda.

Y aunque ambos refunfuñaron, ninguno canceló la inscripción.

Resultado: otra serie de pisotones, giros mal ejecutados y risas que ilusionaron al público testigo más que a los propios involucrados.

El tercer plan rozó lo ridículo: Luna y Teo fingieron una “emergencia”.

Se citaron con ambos en una cafetería, pero al llegar juntos, Luna exclamó:
—¡Ay, tengo que salir urgentemente! Teo, acompáñame. Pero ustedes dos, quédense y disfruten.

Y salieron corriendo, dejándolos solos con dos cafés recién servidos. Cleo los miró irse por la ventana como quien contempla a unos payasos escapados de circo.

—Tus amigos y los míos tienen una especie de sindicato secreto, ¿verdad? —le preguntó a Íker, señalando las dos tazas.

Él suspiró, tomando asiento.
—Empiezo a sospechar lo mismo.

Aunque ambos se rieron, no negaron que la maniobra funcionaba. Porque cada vez que se veían “forzados” a compartir, la comodidad crecía.

Lo que sus amigos no sabían era que esas torpezas, lejos de incomodarlos, empezaban a convertirse en un ritual privado, un código entre ellos.

Cleo bromeaba de regreso:
—¿Sabes? ¡Si vuelves a aparecer en otra de estas trampas, exijo compensación… tú cocinas la cena!

—Eso es castigo para ambos —respondió Íker.

O se daban miradas cómplices cada vez que descubrían otro plan evidente, como si compartieran un secreto a espaldas de sus amigos.

Una noche, después del taller de salsa, salieron a caminar juntos. Cleo reía todavía de uno de los pasos mal ejecutados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.