Citas con el Azar

El gran gesto inesperado

El lunes amaneció con un sol indeciso, el tipo de luz que duda entre el brillo y la melancolía. Cleo se levantó con una leve euforia contenida. Habían pasado unos días desde aquella conversación definitiva con Íker, y aunque parecían haber recuperado el equilibrio, existía un subtexto suspendido entre ambos, algo que todavía no se había dicho del todo.

En la oficina, todo transcurría con aparente normalidad. Ellos trabajaban juntos sin silencios incómodos ni miradas esquivas. Sin embargo, Cleo sentía que Íker arrastraba una energía distinta. Estaba concentrado, pero más cuidadoso de lo habitual, como si tramara algo que no se atrevía a mencionar.

A la hora del café, Luna se acercó al escritorio de Cleo con una sonrisa conspiradora.
—¿Te diste cuenta de que tu arquitecto anda raro? —le dijo con ese tono de quien disfruta adelantarse a una revelación.
—No es mi arquitecto —corrigió Cleo, aunque una sonrisa le delató—. Y en cualquier caso, raro es su estado natural.
—Esta vez es otro tipo de rareza —insistió Luna—. Está… ¿cómo decir? nervioso. Y hasta amable. Eso no puede ser casual.

Cleo levantó la vista, fingiendo indiferencia.
—Si alguien planea algo, espero que no incluya globos ni discursos —murmuró.

Luna alzó las cejas.
—No prometo nada.

Dos días después, los rumores comenzaron a tomar forma. En los pasillos se hablaba de un acto de aniversario del estudio, una celebración interna con invitados, discursos y presentación de proyectos. Lo organizaba Íker.

Cuando Cleo lo supo, lo buscó entre los tableros para confirmar el dato.
—¿Me vas a decir que ahora te dedicas a planear fiestas? —preguntó, cruzando los brazos.
—No exactamente —contestó él sin levantar la vista del plano—. Es un homenaje sencillo.
—¿Y eso incluye tanto misterio?
—Digamos que no me gusta arruinar las sorpresas —dijo él, con una sonrisa disimulada.

Cleo lo observó un segundo más de lo debido. Había algo distinto en su voz, una calma tensa, como quien sostiene una idea demasiado grande entre las manos.

El viernes llegó más rápido de lo previsto. Desde temprano, la oficina se llenó de arreglos florales, bocadillos y pantallas. Los empleados se movían entre risas y curiosidad. Cleo, impecable en su vestido gris, trataba de ignorar la sensación de que todos la miraban más de lo necesario.

Luna apareció con su habitual sonrisa de cómplice traviesa.
—Promete que no me vas a odiar —le dijo.
—Ya empezamos mal —respondió Cleo.
—Solo promételo.
—De acuerdo, pero si esto involucra karaoke, renuncio.

Luna se echó a reír, pero no respondió.

A las seis en punto, las luces bajaron un poco. Un presentador improvisado habló brevemente del aniversario y luego anunció:
—Antes de cerrar la jornada, Íker Lamas quiere compartir unas palabras.

Cleo se quedó inmóvil. Vio cómo Íker subía al pequeño escenario con la tranquilidad fingida de quien tiene el pulso acelerado. Se acercó al micrófono y respiró hondo.

—Prometo que no abusaré de su paciencia —dijo, sonriendo ligeramente—. No hablaré de cemento ni de estructuras, aunque de eso vivimos. Hoy quiero hablar de errores, y de cómo algunos se convierten en descubrimientos.

El silencio en la sala era absoluto. Cleo cruzó las manos sobre el regazo.

—Hace un tiempo aprendí —continuó él— que el silencio puede ser más frágil que cualquier palabra mal dicha. Y que los proyectos más inestables son los que uno intenta construir sin sincerarse primero.

Varias cabezas se giraron hacia Cleo. Ella sintió la sangre subirle al rostro.

—Hay alguien aquí —prosiguió Íker— que me enseñó que la comunicación es mucho más que correos concisos o frases medidas. Me enseñó que lo importante puede perderse en los márgenes, entre líneas, como anotaciones que uno olvida leer.

En la pantalla detrás de él comenzó a proyectarse una secuencia de imágenes. Al principio, Cleo no entendió lo que veía. Eran fotografías del equipo en diferentes momentos del año: risas en los pasillos, reuniones, bocetos. Pero pronto se dio cuenta de que las más frecuentes eran las suyas. En una aparecía riendo durante un almuerzo; en otra, sosteniendo un plano mientras Íker la observaba de reojo.

La gente comenzó a reír cuando aparecieron textos superpuestos: “Etapa del malentendido número 1”, “Correo sin respuesta #3” y “Dos arquitectos del caos.”

Cleo cubrió su rostro con una mano, entre divertida y avergonzada.

El video cerró con un nuevo plano: el diseño del centro cultural en el que trabajaban, solo que en una esquina, Íker había dibujado una cafetería diminuta con una gran X roja. En el margen inferior podía leerse: Proyecto pendiente: nosotros.

Un murmullo recorrió el auditorio. Cleo se quedó muda.

Íker bajó las escaleras despacio, caminó hasta ella y le tendió un sobre.
—Antes de que pienses que perdí la cabeza —dijo con una sonrisa tímida—, quiero que sepas que esto no pretende ser un espectáculo. Es solo una manera sincera de decir lo que no supe en su momento.

Cleo tomó el sobre, aún sin palabras. Adentro había una hoja doblada: una copia del plano del proyecto con una nota manuscrita. “Sábado, 10:00 a.m. – Café en este punto.”

Ella lo miró, sin poder evitar sonreír.
—Eres consciente de que acabas de convertir la oficina en escenario, ¿no? —murmuró.
—Al menos no usé megáfonos —respondió él.

El público estalló en risas. Luna aplaudía discretamente desde el fondo, y Teo grababa con descaro.
—¿Y bien? —preguntó Íker bajando la voz—. ¿Vas a venir mañana?
—No lo sé —dijo Cleo, divertida—. No suelo aceptar citas con hombres que me difunden en pantallas gigantes.
—Lo sabía —replicó él—, pero valía el riesgo.

Esa noche, el video circuló por todo el correo interno con el título "Cuando arquitectura y declaración se mezclan." Cleo recibió mensajes, emojis, bromas. Ella los ignoró, riendo a medias, aunque una parte de ella seguía aturdida.




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