El primer match no tardó en escribirme.
Su mensaje fue corto y directo:
—Hola, ¿quieres un café?
Yo pensé: ¿Un café? ¿Así, sin gifs, sin memes, sin “hola preciosa”? Extraño, pero refrescante. Le di que sí, aunque mis amigas gritaban detrás del celular como si estuviera a punto de entrar a La isla de las tentaciones.
El día de la cita amanecí con nervios estomacales nivel examen final. Pasé más tiempo eligiendo ropa que en toda mi carrera universitaria. ¿Vestido casual? ¿Jeans con blusa? ¿Blazer para verme profesional? Al final opté por “quiero verte linda pero sin esfuerzo”… y tardé dos horas en lograrlo.
Llegué al café diez minutos antes, como buena ansiosa. Pedí un capuchino para ocuparme las manos y ensayé sonrisas frente al reflejo de la cucharita.
Él apareció puntual, lo cual ya era un milagro moderno. Alto, camisa azul, sonrisa tímida. Se sentó y me saludó con un:
—Wow, eres más guapa que en las fotos.
Sonreí, tratando de parecer relajada, aunque por dentro gritaba: ¡Punto para mí!
Todo iba bien hasta que sucedió: me dio un ataque de torpeza en vivo. Al levantar mi capuchino para brindar, se me resbaló de la mano y le bañé la camisa azul en café caliente.
—¡Ay, Dios mío, lo siento! —dije, buscando servilletas como si fueran salvavidas.
Él se levantó de golpe, medio empapado, y rió nervioso.
—Bueno, ahora sí tenemos tema de conversación.
Yo quería que me tragara la tierra, pero terminé riéndome también. El mesero nos trajo más servilletas y hasta ofreció hielo, como si fuera una herida de guerra.
Lo peor fue que, intentando arreglar la situación, le pasé la servilleta directo por el pecho, y claro… parecía que le estaba dando un masaje en público. Una señora de la mesa de al lado me miraba con cara de “qué juventud tan descarada”.
Aun así, entre manchas de café y carcajadas, seguimos conversando. Descubrí que trabajaba en marketing digital, que odiaba la piña en la pizza y que, sorprendentemente, no había huido corriendo después del accidente.
Cuando me acompañó a la puerta, dijo sonriendo:
—Creo que sobrevivimos a nuestra primera cita. ¿Habrá segunda?
Yo, con los nervios todavía en modo terremoto, respondí:
—Claro… pero prometo no bañarte en café la próxima vez.