Citas, matches y desastres

Capítulo 7

Con cada cita yo pensaba: ya, este tiene que ser el desastre definitivo. Pero no. El universo siempre encontraba la manera de superarse.

El siguiente candidato fue Santiago. Guapo, culto, amante del cine independiente (o al menos eso decía su perfil). Me invitó a un café hipster donde hasta el azúcar tenía nombres en francés. Yo acepté, lista para lo que viniera.

Todo iba relativamente bien: conversación fluida, risas ocasionales, cero derrames de café. Hasta que cometí el error fatal: saqué el celular para mostrarle un meme.

Al parecer, mi dedo decidió que el icono de “transmitir en vivo” estaba más atractivo que el de galería. Y así, sin darme cuenta, empecé un Instagram Live en plena cita.

La primera en notarlo fue Claudia, mi amiga.
—Amiga, ¿qué haces transmitiendo tu cita? —me escribió en mayúsculas.

Miré la pantalla y casi me infarto: veinte personas ya estaban conectadas. Entre ellas, mis amigas, un par de compañeros de trabajo y, por alguna razón inexplicable, mi tía Rosa.

Lo peor es que la cámara estaba apuntando directo a Santiago, que hablaba de su película favorita sin saber que era una especie de reality show improvisado.

Los comentarios comenzaron a aparecer:
—“Está guapo, apruébalo.”
—“Se toca mucho el pelo, red flag.”
—“Pregúntale si le gustan los perritos.”

Yo intentaba cerrar el live, pero mis manos temblaban como si estuviera desactivando una bomba. Mientras tanto, Santiago notó mi cara de horror.
—¿Todo bien? —preguntó, confundido.

—Sí… solo que… estamos en vivo en Instagram.

Su expresión fue un poema: mezcla de shock, risa contenida y resignación.
—¿Y cuántas personas nos ven?
—Treinta y dos… no, espera… ¡cuarenta y cinco!

Él se inclinó hacia la cámara y dijo, con una sonrisa divertida:
—Hola, soy Santiago y aparentemente estoy en La cita de mi vida.

La gente explotó en carcajadas virtuales.

Finalmente logré apagar la transmisión, aunque ya era tarde: en menos de diez minutos, nuestra cita accidental se había convertido en un evento comentado en el chat de la oficina y en el grupo familiar.

Cuando todo terminó, yo quería desaparecer. Pero Santiago, en lugar de enojarse, me guiñó un ojo:
—Bueno, al menos ya no necesitamos segunda cita para que conozcan a tu familia.

Y sí… entre la vergüenza y la risa, terminé pensando que tal vez el universo también sabía ser romántico a su manera.



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En el texto hay: romance, humor

Editado: 19.09.2025

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