Si el amor era un misterio, el algoritmo era su versión matemática. O al menos eso prometía la nueva aplicación de moda: AmorSync.
Según ellos, no era como Tinder ni como Bumble. No, no, esto era ciencia. Una inteligencia artificial que analizaba tu voz, tus emojis, tus fotos, ¡hasta la forma en que escribías “jajaja”!, para encontrarte a tu pareja ideal.
Yo, cansada de los fantasmas, los influencers y los ex con likes sospechosos, pensé: ¿qué puede salir mal?
Me registré. Respondí mil preguntas: “¿Prefieres pizza o sushi?”, “¿Te gustan los gatos?”, “¿Qué opinas del existencialismo de Kierkegaard?” (sí, así de intensa era la app).
Al día siguiente me llegó la notificación triunfal:
🔔 “¡Encontramos tu 99% de compatibilidad!”
Casi me da un infarto de emoción. ¿Un 99%? Eso sonaba a final de película romántica con banda sonora incluida.
El problema fue que el match era… mi vecino del 4B.
Ese que siempre dejaba la basura en el pasillo y ponía música de reguetón a las tres de la mañana.
—Debe ser un error —me dije. Pero el algoritmo insistía: “Confía en nosotros, la ciencia no falla.”
Acepté la cita, más por curiosidad que por convicción. Nos vimos en una cafetería y, para mi sorpresa, el vecino no era tan insoportable fuera de sus fiestas. De hecho, hasta era gracioso.
Pero claro, el algoritmo tenía que arruinarlo.
En medio de la conversación, sus celulares vibraron al mismo tiempo.
🔔 “Nivel de química: descendiendo al 72%”
Nos quedamos en silencio, incómodos. Seguimos hablando de viajes.
🔔 “Nivel de química: 65%”
Intentamos reírnos de la situación.
🔔 “Nivel de química: 40%”
Yo, desesperada, dije:
—Bueno, ¿y si mejor ignoramos al algoritmo?
Él sonrió nervioso, pero en ese momento llegó la notificación final:
🔔 “Match cancelado. No pierdas tu tiempo.”
Nos miramos con cara de “la máquina habló” y nos despedimos rápido, como si fuera ilegal seguir juntos después de eso.
Mientras volvía a casa, borré la aplicación. Y pensé:
Si el amor es una ecuación, yo prefiero seguir equivocándome sin calculadora.