Valeria siempre decía que tenía buen ojo para detectar perfiles falsos. Después de tantos matches raros, creía haber desarrollado un radar especial. Pero esa seguridad se desmoronó la noche que conoció a “Sebastián, 29 años, amante del yoga y los viajes”.
En las fotos, Sebastián parecía sacado de un catálogo de ropa casual: sonrisa perfecta, barba bien cuidada, fondo de playas exóticas y cafés minimalistas. Sus mensajes eran encantadores, llenos de emojis tiernos y frases tipo “cuando te conozca, voy a hacerte reír hasta que te duela la barriga”.
Valeria, incrédula, le mostró el perfil a Claudia.
—Amiga, ese hombre es demasiado perfecto.
—No, mujer, ¡disfruta! Tal vez por fin te salió el premio mayor.
Con los nervios a mil, acordaron verse en una heladería. Valeria llegó vestida con su mejor look casual-romántico, lista para el gran momento.
Pero cuando “Sebastián” entró por la puerta… el helado casi se le derrite en la mano.
El chico no tenía barba. Ni sonrisa de catálogo. Ni cuerpo de yoga. Tenía al menos diez años más de los que decía y, para colmo, llevaba puesta una camiseta con la frase: “El Wi-Fi es mi cardio”.
Valeria parpadeó incrédula.
—¿Sebastián?
—Bueno… en realidad soy José Luis. Pero Sebas suena más internacional, ¿no crees?
Ella se quedó helada.
—¿Y las fotos?
Él sonrió, sin pizca de vergüenza.
—Ah, bueno… son de mi primo. Es modelo. Pero yo tengo más personalidad.
Valeria no sabía si reír o llorar. Terminó quedándose solo para escuchar la justificación absurda: que “el amor es más que apariencias”, que “él quería demostrar que podía conquistarla con palabras”, y que “al menos había sido honesto al presentarse en persona”.
Honesto, claro… después de inventarse toda una vida digital.
Al salir, Valeria le contó a sus amigas, y Lucía resumió todo en una frase:
—Amiga, acabas de conocer al Catfish del año. ¿Quieres trofeo o diploma?
Valeria, entre indignada y divertida, decidió al menos quedarse con el aprendizaje:
si un perfil parece demasiado perfecto… probablemente lo es.