Capítulo 22

Después de tanto desastre, Valeria decidió darle una oportunidad a alguien más sensible. Alejandro, en su perfil, se definía como “escritor de almas, explorador del sentir, amante de las metáforas”.

—Mira, un poeta —le dijo a sus amigas, mostrando la foto.
—Ajá… prepárate para rimas con tu nombre —bromeó una de sus amigas.

La cita fue en un pequeño bar bohemio con luces bajas y música de jazz. Alejandro llegó vestido de negro, con bufanda aunque hacía calor. Apenas la vio, tomó su mano con solemnidad.
—Valeria… tu nombre me sabe a aurora atrapada en un suspiro.

Valeria sonrió nerviosa.
—Eh… mucho gusto.

Se sentaron y, antes de pedir, él ya había sacado una libreta.
—Permíteme escribir lo que siento al verte.

Durante la cena, Alejandro apenas probó la comida. Estaba demasiado ocupado declamando frases.
—Tus ojos son dos faroles que iluminan la calle desierta de mi alma.
—Oh… gracias —respondió Valeria, sin saber dónde mirar.

En un momento, el camarero preguntó si todo estaba bien. Alejandro, inspirado, levantó el vaso de vino y proclamó:
—¡Todo está bien cuando la musa me acompaña!

Valeria quiso hundirse en la silla.

Para rematar, cuando salieron a caminar, él se detuvo bajo un farol y comenzó a recitar en voz alta:
—Oh, mujer de pasos de cristal, caminas y tiembla la luna…

La gente alrededor los miraba con curiosidad. Valeria murmuró:
—¿Podemos seguir?
—No, debo terminar esta oda.

Al final de la noche, Alejandro la miró intensamente y dijo:
--Valeria, me has inspirado un libro entero.
—¿En serio?
—Sí, se llamará “La desconocida que me rompió con su silencio”.

Valeria se quedó sin palabras. Sus amigas cuando escucharon el relato después, casi se atragantan de risa.
—¿Entonces fuiste cita o musa?
—Las dos cosas —respondió Valeria, suspirando.

De camino a casa, Diego la encontró entrando al edificio.
—¿Qué tal el poeta?
—Digamos que tuve una velada con Shakespeare… versión intensa.
Diego rió bajito.
—Tu vida es mejor que cualquier novela.

Lucía lo miró de reojo.