Después del spoiler romántico en la cafetería, Valeria pasó varios días con mariposas en el estómago. El coworker misterioso ya no era tan “misterioso”, y cada mirada en la oficina parecía tener un subtexto secreto.
Una tarde, después de quedarse los dos trabajando horas extra, la tensión era tan obvia que ni Excel podía distraerlos.
—Creo que merecemos una recompensa por sobrevivir a este día —dijo él, sonriendo.
—¿Un café? —preguntó Valeria.
—O algo mejor…
El silencio se volvió pesado, pero de ese bueno. Los dos se inclinaron, lentamente, como en una escena de película. Valeria cerró los ojos, lista para su primer beso con él.
Y justo en ese momento…
¡RIIIING! El celular de Valeria sonó con fuerza. Era su madre, llamando para preguntarle si había cenado.
Los dos rieron, nerviosos, y volvieron a intentarlo.
Se acercaron otra vez, sus narices casi rozándose. Valeria sintió que el mundo desaparecía.
Hasta que la señora de la limpieza entró al cubículo y dijo con toda naturalidad:
—¿Van a seguir aquí mucho rato? Es que tengo que trapear.
La magia se rompió. Valeria y él se alejaron como dos adolescentes pillados, y ella quiso meterse debajo del escritorio.
Cuando por fin salieron del edificio, él la acompañó hasta el auto de una amiga que venía a recogerla. Se quedaron mirándose un segundo más de lo normal.
—Parece que nuestro primer beso está maldito —bromeó él.
—No maldito… solo con mal timing —respondió Valeria, tratando de sonar cool mientras por dentro gritaba de frustración.
Esa noche, en su diario digital, escribió:
“El universo tiene un sentido del humor muy cruel. Pero admito que nunca un beso fallido me había dado tantas ganas de intentarlo de nuevo.”