Después de esa presentación de karaoke vergonzosa Valeria aceptó salir con Julián, un chico que en su perfil decía: “Amante de la naturaleza, defensor del planeta, vegano por convicción.”
La cita fue en un café vegano. Julián llegó en bicicleta, con casco y una camiseta que decía: “No hay planeta B.” Saludó a Valeria con entusiasmo, pero antes de sentarse, levantó el dedo índice:
—Un segundo, tengo que saludar a la planta de la entrada.
Valeria lo observó acariciar las hojas de una maceta como si fueran un cachorro.
Cuando pidieron, Valeria escogió un jugo natural y Julián un batido verde con diez ingredientes impronunciables. Al ver a Valeria sacar un labial de su bolso, se puso serio:
—¿Ese cosmético es cruelty free?
—Eh… creo que sí.
—Valeria, creer no salva vidas.
Ella intentó reír, pero Julián estaba en modo sermón. Cada tema terminaba en una lección ambiental.
—¿Tienes auto?
—Sí, un pequeño…
—¡Crimen ecológico! Debemos movernos en bicicleta. Yo tengo tres.
—Ah, ¿tres bicicletas?
—Sí, cada una para un propósito: transporte, montaña y protestas.
Valeria trataba de mantener la calma, pero el golpe final vino cuando el mesero llevó su jugo en un vaso de plástico biodegradable. Julián se levantó indignado.
—¡¿Plástico biodegradable?! ¡Eso es un engaño! ¡Quiero hablar con el gerente!
Valeria quiso desaparecer debajo de la mesa. Mientras él discutía, ella revisó el celular. Claudia le había escrito:
—¿Cómo va la cita eco-friendly?
Valeria respondió:
—Creo que me van a arrestar por cómplice de un disturbio ambiental.
Al despedirse, Julián le regaló una semilla en una bolsita de tela.
—Plántala, y nuestro amor crecerá con ella.
Valeria sonrió incómoda, guardando la semilla como si fuera dinamita.
De regreso al edificio, Diego estaba en el pasillo, revisando unas plantas que había comprado.
—¿Otra cita fallida? —preguntó.
Lucía levantó la bolsita y dijo:
—Me dieron esto como recuerdo.
Diego la miró divertido.
—Al menos este sí fue coherente.
Lucía soltó una carcajada.