El lunes en la oficina olía distinto. No a café, ni a impresora sobrecalentada. Olía a chisme fresco.
Valeria lo notó apenas cruzó la puerta: dos compañeros murmurando en la cocina, la asistente de recursos humanos lanzándole una sonrisita sospechosa, y Claudia mirándola con cara de “te dije”.
Al rato, mientras se servía agua, escuchó a dos diseñadores cuchicheando:
—Dicen que Valeria y él se fueron juntos el viernes.
—¿Juntos-juntos?
—Sí, que “salieron a tomar un café”.
Valeria se atragantó con el agua.
En la oficina, un café con alguien no era solo un café. Era prácticamente una declaración de intenciones. Y aunque ella quería explicar que fue una escapatoria de reunión aburrida, sabía que nadie le iba a creer.
Claudia, como siempre, apareció a su lado para echarle más leña al fuego.
—Mira, mejor asúmelo con dignidad. Si niegas, se vuelve peor.
El coworker misterioso, por supuesto, parecía imperturbable. Caminaba con su café en mano, saludaba a todos y hasta tenía el descaro de decir:
—Qué día tan tranquilo, ¿no?
Valeria lo quería asesinar.
Lo más incómodo llegó cuando el jefe entró con una sonrisa socarrona y dijo:
—Bueno, bueno… veo que el team building está funcionando de maravilla.
La oficina entera estalló en carcajadas. Valeria solo pudo enterrar la cara en sus manos.
Esa noche escribió en su diario digital:
“Confirmado: en esta oficina, los rumores corren más rápido que el WiFi. Y yo… soy el trending topic de la semana.”