Valeria había jurado que después del desastre del audio grupal no volvería a equivocarse con el celular. Pero claro, su vida no respetaba juramentos.
Esa noche, mientras hablaba con Claudia por WhatsApp, también mantenía abierto el chat con el coworker misterioso. Dos conversaciones paralelas, dos tonos distintos. Grave error.
A Claudia le escribía cosas como:
—Amiga, estoy al borde del colapso, ¿y si él en realidad no siente nada serio?
Y al coworker, en modo formal, solo le respondía:
—Sí, reviso ese informe mañana.
Hasta que, por un desliz del destino, lo mezcló todo y le mandó al coworker:
—Estoy al borde del colapso, ¿y si él en realidad no siente nada serio?
Valeria lo notó segundos después. Su corazón se le subió a la garganta.
Antes de que pudiera borrar el mensaje, el visto azul apareció.
El coworker tardó en contestar. Y esa espera fue peor que cualquier ghosting. Finalmente, llegó su respuesta:
—¿Y si en lugar de preguntárselo a Claudia, me lo preguntas a mí?
Valeria casi lanzó el celular contra la pared.
Claudia, que siempre estaba alerta, la llamó de inmediato.
—¡Dime que no hiciste lo que creo que hiciste!
Valeria, medio riéndose y medio llorando, contestó:
—Sí, Claudia. Mensaje equivocado versión 2.0.
Esa noche escribió en su diario digital:
“Mi vida es un grupo de WhatsApp donde siempre mando el mensaje al chat equivocado. Pero, por primera vez… tal vez no fue tan malo.”