Claudia nunca fue de medias tintas. Y esa mañana lo dejó bien claro cuando apareció en el apartamento de Valeria con donuts, café… y una cara de pocos amigos.
—Tenemos que hablar —dijo, con el tono que solo usan las mamás y las mejores amigas.
Valeria, medio dormida, intentó esquivar el asunto.
—¿No podemos simplemente desayunar como dos adultas responsables y felices?
—No. Tú no eres feliz, eres un desastre con patas —respondió Claudia, entregándole una donut—. Y voy a darte un ultimátum: o decides qué hacer con el coworker, o te encierro en una sala de juntas con él hasta que se besen o se maten.
Valeria casi se atraganta.
—¡Claudia! Eso es… ilegal.
—¿Ilegal? Tal vez. ¿Necesario? Totalmente.
Mientras Valeria trataba de cambiar de tema preguntando si la donut tenía relleno de guayaba o de chocolate, Claudia la fulminó con la mirada.
—Amiga, escucha: llevas meses entre citas horribles, matches fallidos y tipos que desaparecen más rápido que las ofertas de Black Friday. Y justo cuando aparece alguien que de verdad vale la pena… ¿qué haces? ¡Te escondes!
Valeria protestó.
—No me escondo, solo… procrastino mis decisiones importantes.
Claudia le dio un manotazo amistoso en el hombro.
—¡Eso no es procrastinar, eso es sabotaje emocional!
Después de un silencio dramático, Claudia señaló la laptop de Valeria, como si fuera el arma del crimen.
—Hoy mismo vas a escribirle y vas a invitarlo a salir. Una cita real. Nada de cafés escapistas ni reuniones disfrazadas. O lo haces… o cancelo tu cuenta de Netflix.
Valeria abrió la boca, horrorizada.
—¡Eso sí que es crueldad!
Claudia sonrió con malicia.
—Lo sé. Y por eso sé que vas a obedecer.
Esa noche, Valeria escribió en su diario digital:
“Tengo dos opciones: enfrentar mis sentimientos o perder mi acceso a Netflix. Nunca había sido tan difícil elegir.”