El lunes después del viaje de trabajo, Valeria entró a la oficina convencida de que había logrado mantener todo bajo control. Nadie tenía por qué sospechar que habían compartido cuarto de hotel ni que habían reído como si fueran pareja en una sitcom.
Error.
Al llegar a su escritorio, encontró una taza de café con un post-it pegado que decía:
“¿Y el coworker? ;)”
Valeria miró alrededor, paranoica. Claudia levantó la mano desde su escritorio, sonriendo como villana de telenovela.
—Yo no fui —juró.
Pero pronto lo supo: alguien había visto al coworker y a ella saliendo juntos del hotel aquella mañana. Y, como siempre en su vida, la información había corrido más rápido que un meme viral.
En el pasillo, escuchó a dos compañeros decir:
—Se ven lindos juntos, ¿no?
—Sí, aunque pensé que eso estaba prohibido en la oficina.
Valeria se puso roja como tomate.
El colmo llegó cuando el jefe la llamó a su oficina.
—Valeria, necesito que me digas la verdad.
Ella tragó saliva.
—¿Sobre qué, jefe?
Él se inclinó con aire conspirativo.
—¿Él también ronca en los viajes?
Valeria se quedó sin habla. El jefe soltó una carcajada y añadió:
—Tranquila, no es asunto mío… pero recuerda que aquí todo se sabe.
Salió de la oficina entre confundida y aliviada. El coworker la estaba esperando en el pasillo.
—Parece que ya no tenemos secreto que guardar —dijo él, con media sonrisa.
Valeria, resignada, suspiró.
—Perfecto. Ahora solo falta que Netflix haga una serie sobre mi vida.
Esa noche escribió en su diario digital:
“Mi vida amorosa ya no es privada. Es prácticamente un reality show… y yo no firmé contrato para esto.”