Valeria estaba convencida de que su vida, por fin, empezaba a encontrar un ritmo. Una especie de equilibrio raro entre risas, complicidad y ese coworker que cada día parecía menos “misterioso” y más “peligrosamente real”.
Pero claro, la paz nunca dura mucho.
Un sábado por la tarde, mientras hacía fila para comprar café, escuchó una voz demasiado familiar:
—Val… ¿eres tú?
Giró lentamente, con la esperanza de que fuera una confusión. Pero no. Ahí estaba: su ex. El ex. Ese que le había enseñado la definición exacta de “ghosting” mucho antes de que se pusiera de moda.
—Oh, wow, qué sorpresa —dijo Valeria, con una sonrisa que en realidad era una súplica al universo para que lo teletransportara a otro planeta.
Él, en cambio, parecía encantado.
—Te ves… diferente. Mejor, diría yo.
“Sí, diferente porque ya no me rompes el corazón, imbécil”, pensó ella. Pero en voz alta solo dijo:
—Gracias.
La conversación fue breve, pero suficiente para remover el avispero. Porque claro, al día siguiente, como si el destino tuviera un sentido del humor retorcido, Valeria se lo cruzó de nuevo… esta vez frente al coworker.
—¿Quién es? —preguntó él, con la calma tensa de quien ya sabe la respuesta.
—Un… eh… conocido. Bueno, más que conocido. Bueno, fue algo. Bueno, fue un desastre —terminó admitiendo Valeria, sudando frío.
Claudia, enterada a los cinco minutos, no tardó en dramatizar la situación:
—¡Obvio que tenía que aparecer! Los ex son como cucarachas: aparecen en los peores momentos y nunca sabes cómo deshacerte de ellos.
La tensión estaba servida. Y aunque Valeria intentó tomárselo con humor, no podía evitar sentirse inquieta.
Esa noche escribió en su diario digital:
“El pasado siempre encuentra la forma de tocar la puerta. Pero esta vez… no pienso dejarlo entrar. Aunque confieso que tenerlos a los dos en la misma escena fue como ver una comedia romántica mezclada con una película de terror.”