Valeria no era de las que viajaban sin plan.
Para ella, una escapada significaba Excel con itinerarios, capturas de pantalla de hoteles, y al menos tres listas diferentes de “cosas que no debo olvidar”.
Por eso, cuando Claudia apareció en su puerta con una maleta roja y la frase:
—Val, en una hora nos vamos a la playa. ¡El destino lo eligió Tinder!
…supuso que era una broma.
No lo era.
El supuesto “match aventurero” de Claudia organizaba un viaje relámpago y dijo que podía invitar amigas. “Es solo un fin de semana, chicas, relax, sol y cero drama”, había escrito. Lo que nadie esperaba era que en el mismo carro apareciera ÉL, el coworker misterioso con el que Valeria aún no tenía claro si coqueteaba o solo existía para confundirla.
—¿Tú también? —dijo Valeria, intentando sonar natural, mientras apretaba la maleta contra las rodillas.
—El universo tiene sentido del humor —respondió él, con esa media sonrisa que ella odiaba porque la hacía reír sin querer.
El viaje comenzó con música a todo volumen, un GPS que insistía en mandarlos por caminos cerrados y Claudia tratando de hacer juegos de “verdad o reto” para “romper el hielo”. El hielo se rompió, sí, pero principalmente porque uno de los neumáticos decidió rendirse en medio de la carretera.
Mientras todos intentaban cambiar la goma, Valeria y el coworker quedaron a cargo de “buscar señal” para llamar asistencia. No encontraron señal, pero sí una tiendita de carretera donde terminaron compartiendo un refresco tibio y unas papitas de maíz.
—Esto parece un mal episodio de una serie romántica —dijo Valeria, mordiéndose la risa.
—Pues ojalá sea de comedia y no de terror —contestó él, levantando su refresco a modo de brindis improvisado.
Entre risas, confesiones tontas y la promesa de que “si sobrevivían a esa aventura, nada los iba a tumbar”, Valeria empezó a sospechar que el viaje inesperado no era tan mala idea.
Porque a veces, cuando el plan se rompe, aparece la historia que vale la pena.