Citas, matches y desastres

Capítulo 50

De regreso del viaje, Valeria tenía más dudas que certezas.
El coworker misterioso —al que ya mentalmente llamaba Señor Ambigüedad— había sido increíblemente atento durante el desastre en carretera, pero luego, en la oficina, volvía a ese modo distante que la sacaba de quicio.

—¡Decídete! —le gritó Valeria a su taza de café, como si la pobre taza tuviera la culpa.

Claudia, que la observaba desde su escritorio, levantó una ceja:
—¿Otra vez hablando sola?
—No, estoy practicando monólogos para cuando me contraten en una obra de teatro sobre la frustración amorosa.

Ese mismo día, Señor Ambigüedad la invitó a almorzar. Pero no dijo “almuerzo”, dijo:
—Oye, ¿te animas a salir un rato?
¿Salir un rato? ¿Eso era un sí, un no, un tal vez?

Valeria aceptó, aunque en su cabeza se armó el comité de debate:

Parte romántica: “¡Es una cita, es obvio!”

Parte escéptica: “Seguro es para hablar de trabajo, relajate.”

Parte dramática: “Y si solo quiere tu wifi porque se le acabaron los datos, Valeria, no seas ingenua.”

El almuerzo transcurrió entre bromas, miradas que parecían algo más… y frases tan ambiguas que Valeria no sabía si estaba a punto de ser besada o despedida.

Al final, cuando él la acompañó hasta la puerta, todo se redujo a un momento incómodo:
—Entonces… ¿sí o no? —preguntó él con esa media sonrisa.
Valeria pestañeó como si le hubieran hablado en mandarín.
—¿Sí o no qué?
Él solo rió, encogiéndose de hombros:
—Ah, lo descubrirás.

Y ahí quedó Valeria, colgando entre el “sí” y el “no”, odiando y disfrutando a la vez la incertidumbre.

Porque en el fondo, ¿qué sería de su vida amorosa sin un poco de caos?



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En el texto hay: romance, humor

Editado: 20.09.2025

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