Citas, matches y desastres

Capítulo 54

Valeria siempre había tenido claro que conocer a la suegra era un paso delicado. Según su experiencia (limitada, pero traumática), había tres tipos de madres:

1. La sobreprotectora: que siempre piensa que su hijo merece una reina de Inglaterra.

2. La indiferente: que no recuerda ni tu nombre aunque lleves tres años con él.

3. La encantadora pero intensa: que parece adorarte, pero en realidad te está escaneando como un antivirus en prueba gratuita.

La de él, por supuesto, resultó ser la tercera.

Todo comenzó un martes cualquiera, cuando Señor Ambigüedad (que ya estaba dejando de serlo con cada gesto) le dijo con una naturalidad escalofriante:
—Oye, el domingo tengo almuerzo familiar en casa de mi mamá. ¿Vienes?
Valeria casi se atraganta con el café.
—¿Perdón? ¿Almuerzo con tu mamá? ¿Ya?
Él sonrió, como si estuviera invitándola a ver una película, no a saltar a un campo minado.
—Tranquila, no es gran cosa. Ella es muy simpática.

“Muy simpática” fueron las palabras que la persiguieron toda la semana.

Claudia, como siempre, tomó el asunto con la seriedad de una asesora de campaña presidencial.
—Necesitas estrategia. Punto uno: ropa. Nada demasiado sexy, pero tampoco tan aburrida que piense que eres contable. Punto dos: temas de conversación. No hables de política, religión ni horóscopos. Punto tres: practica tu sonrisa neutral.

Valeria practicó tanto la sonrisa que al espejo le daba miedo.

El domingo, llegó a la casa con un postre comprado (porque cocinar era demasiado riesgo) y el corazón latiendo como tambor en desfile. La madre abrió la puerta con una sonrisa cálida y un comentario que la desarmó:
—¡Al fin! Ya me estaba preguntando si mi hijo se los inventaba a ustedes.

“Ustedes”. Esa palabra ya daba miedo.

El almuerzo transcurrió entre preguntas imposibles:
—¿Y tú cocinas arroz sin que se te pegue?
—¿Ya pensaste en hijos? Porque el reloj biológico no espera.
—¿Cuál es tu postura sobre el reciclaje?

Valeria respondía como podía, mientras Claudia (que había insistido en acompañarla “de incógnita”) le mandaba mensajes desde la mesa de al lado:

Responde que el arroz te queda perfecto, aunque en verdad se te pegue.

Sonríe, pero no mucho, que vas a parecer desesperada.

Si te pregunta por hijos, dile que tienes uno… pero que es un cactus.

El momento cúspide llegó cuando la madre, después de un rato, tomó la mano de Valeria y dijo con ternura peligrosa:
—Me caes bien, ¿sabes? No muchas logran pasar esta primera prueba.

Valeria tragó saliva. ¿Prueba? ¿Era esto una relación… o un reality show?

Al final de la tarde, mientras él la acompañaba a la puerta, Valeria suspiró:
—Tu mamá me hizo sentir como si estuviera rindiendo un examen de admisión.
Él se rió y respondió:
—Y lo pasaste. Con nota alta.

Valeria sonrió, aliviada. Aunque sabía que si esto era la “versión beta” de suegra, la versión final prometía ser aún más caótica.



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En el texto hay: romance, humor

Editado: 20.09.2025

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