Valeria siempre había tenido una relación de amor y odio con WhatsApp.
Por un lado, le permitía mantener contacto con Claudia, que era básicamente su consejera espiritual en memes. Por el otro, la condenaba a vivir en grupos innecesarios como “Oficina 2023” (que nunca cerraron), “Zumba los martes” (a la que fue una sola vez) y “Familia extendida” (donde cada mensaje era un rezo en cadena).
Pero nada, absolutamente nada, la había preparado para el desastre digital de ese martes.
La mañana comenzó inocente: Valeria escribió un mensaje a Claudia que decía:
"Si hoy Señor Ambigüedad vuelve a mirarme como si quisiera besarme, juro que lo arrastro a la sala de reuniones. Total, nunca usamos esa sala."
El problema fue que, en lugar de enviarlo a Claudia, lo mandó al grupo de la oficina: “Team Proyectos 2024”.
Un silencio digital mortal llenó la pantalla. Tres segundos después, comenzaron los ticks azules: primero el becario, luego el jefe, y finalmente el mismísimo Señor Ambigüedad.
Valeria sintió que el alma le abandonaba el cuerpo.
—No puede ser… no puede ser… —repetía en voz baja, mientras intentaba buscar un agujero negro donde meterse.
Claudia, como siempre, reaccionó con entusiasmo irresponsable:
—¡Esto es oro puro! ¡Un reality show en vivo! —le escribió por privado, seguido de diez emojis de palomitas.
El jefe fue el primero en contestar en el grupo:
"Recordatorio: la sala de reuniones sí se usa. Para trabajo."
Después, otro compañero agregó:
"Wow, qué intenso para un martes."
Y finalmente, el mensaje que Valeria temía:
"Entonces… ¿a qué hora en la sala? 😉"
Era él.
Señor Ambigüedad.
Con emoji incluido.
Valeria quería evaporarse. Contestó con lo único que se le ocurrió:
"Perdón, ese mensaje era… un ejercicio creativo. Para un libro. Que estoy escribiendo. Sobre… sobre citas fallidas."
El becario reaccionó con un “😂😂😂”, el jefe no respondió nunca más, y Claudia directamente le mandó un audio llorando de la risa:
—¡Un libro, dice! Val, tú me vas a matar.
Lo peor de todo es que, al final del día, cuando ella pensaba que la tierra ya había cerrado sobre su dignidad, él se acercó a su escritorio con una sonrisa ladina y susurró:
—Oye, ¿entonces lo del libro es ficción… o debería ir a la sala de reuniones para el capítulo dos?
Valeria se atragantó con su propio café.
El grupo de WhatsApp había cumplido su maldita misión: convertir un día común en un episodio más del caos romántico de su vida.