Valeria siempre decía que era especialista en sabotear sus propios momentos felices.
Según Claudia, era una especie de superpoder inverso: justo cuando las cosas iban bien, Valeria encontraba la manera de tropezar con sus propias emociones… o con una puerta de vidrio.
Y esa semana, el universo le dio la oportunidad perfecta para probarlo.
Todo comenzó con una invitación inesperada:
—Te paso a buscar el viernes, ¿te parece? —le dijo él, sonriendo con esa calma irritante que parecía diseñada para desarmarla.
Valeria asintió, aunque por dentro gritaba: ¡Es una cita real, Valeria, una cita real!
El problema fue que, desde el mismo lunes, entró en modo pánico.
Hizo lo que cualquier persona cuerda haría: buscar consejos en internet. Y terminó con tres listas contradictorias:
1. Sé tú misma.
2. No seas demasiado tú misma.
3. Nunca hables de tus exs, tus plantas muertas ni de tu adicción a los memes.
Para empeorar las cosas, Claudia decidió intervenir.
—Te voy a entrenar como si fueras a una entrevista de trabajo —dijo, con una copa de vino en la mano—. Vamos a practicar respuestas.
Durante horas, Valeria ensayó frases como:
"Me encanta viajar, pero también disfruto los días tranquilos en casa."
Lo malo es que sonaba como si estuviera leyendo un folleto turístico.
Llegó el viernes y, milagrosamente, todo empezó bien. Él la llevó a un restaurante acogedor, hablaron de cosas triviales, rieron… hasta que Valeria abrió la boca demasiado.
—La verdad es que pensé que ibas a cancelarme. Siempre lo haces.
Silencio.
Un silencio que duró lo suficiente como para que ella quisiera lanzarse por la ventana del restaurante.
—O sea… —intentó corregirse—, no es que siempre lo hagas, solo que… bueno… tienes un historial de indecisión que… que… ¡me hace sentir como si estuviera saliendo con una aplicación beta!
Claudia, de haber estado allí, probablemente le habría tirado un panecillo en la cabeza para que se callara.
Él la miró, primero serio… y luego empezó a reír.
—Una aplicación beta, ¿eh? Pues qué suerte que todavía estés dispuesta a seguir probándome.
Valeria se hundió en la silla.
—Lo arruiné, ¿verdad?
—No —respondió él, aún sonriendo—. En realidad, me gusta que digas lo que piensas, aunque suene a que quieres demandarme como empresa de software.
El resto de la noche fue mejor, incluso dulce. Pero al llegar a casa, Valeria no podía dejar de pensar: estuve a dos frases de arruinarlo todo.
Claudia, por supuesto, no ayudó.
—Val, lo tuyo no es arruinar. Es tu estilo de seducción caótica. Créeme, funciona.
Valeria rodó los ojos, pero en el fondo sabía que, tal vez, Claudia tenía razón. Porque él seguía ahí, sonriendo, incluso cuando ella casi convertía una cena romántica en una reunión de servicio al cliente.