Valeria siempre había dicho que su vida entera era un plan B.
El plan A nunca funcionaba: si quería una salida tranquila, terminaba en karaoke; si pensaba en una cita romántica, aparecía Claudia con ideas explosivas; y si buscaba un día normal en la oficina, acababa siendo protagonista de un brindis equivocado.
Ese sábado no fue la excepción.
La idea inicial (el plan A) era simple: pasar un día relajado con él, caminando por la ciudad, café en mano, disfrutando del clima agradable y hablando de cualquier cosa menos del trabajo. Todo marchaba bien hasta que, a mitad del paseo, empezó a llover como si el cielo hubiera decidido abrir todas sus reservas de agua.
—¡Corre! —gritó Valeria, mientras buscaban refugio bajo un toldo que, por supuesto, goteaba.
Él rió, sacudiéndose el cabello mojado.
—¿Y ahora qué hacemos?
Valeria miró alrededor, con el maquillaje convertido en un cuadro abstracto.
—Pues… plan B.
El problema es que nunca había un plan B preparado. Así que improvisó:
—Podemos… no sé… ¿ir al cine?
Él arqueó una ceja.
—¿Tú al cine? Pero si siempre dices que prefieres series en pijama.
—Exacto. Por eso sería algo nuevo. ¡Improvisación, espíritu aventurero!
Llegaron al cine empapados, con las entradas arrugadas y las palomitas a punto de salirse del balde. Por error, terminaron en una película francesa con subtítulos minúsculos y un argumento incomprensible.
Valeria se inclinó hacia él y susurró:
—¿Entendiste algo?
—Solo que alguien está muy triste porque su gato se fue con el vecino.
—¡Eso no es un gato, es una metáfora! —dijo ella, aunque tampoco estaba segura.
A los veinte minutos, ya estaban inventando diálogos falsos en voz baja:
—“Oh, Pierre, devuélveme mi tostadora o jamás volveré a confiar en el amor”.
Valeria se tapaba la boca para no reírse a carcajadas, mientras la gente alrededor los miraba con odio.
Cuando salieron, el cielo seguía nublado pero la lluvia había parado. Aun así, decidieron seguir con la improvisación. Terminaron en una cafetería diminuta, de esas que parecen sacadas de Instagram, con sillones desparejados y música en vivo.
—¿Ves? El plan B funciona mejor que el A —dijo él, levantando su taza.
Valeria rodó los ojos, pero sonrió.
—No te acostumbres. Mis planes B normalmente incluyen ramen instantáneo y llorar frente a la laptop.
—Pues si algún día me invitas a ese plan B, yo llevo el helado.
La broma la hizo reír, pero también la hizo pensar: tal vez su vida estaba llena de improvisaciones porque, de alguna manera, siempre la llevaban a momentos mejores de los que había planeado.
Esa noche, al llegar a casa, Claudia la llamó de inmediato.
—¿Y cómo fue el date?
—Un desastre. Terminamos en una película que ni entendimos.
—¡Perfecto! —dijo Claudia, feliz—. Porque los desastres siempre son más divertidos.
Valeria suspiró, sabiendo que su amiga tenía razón. Al fin y al cabo, lo importante no era que el plan A saliera perfecto, sino tener con quién reírse del plan B.