Citas, matches y desastres

Capítulo 63

Valeria había aprendido que las mejores historias nacían de los peores planes. Esa tarde no había agenda, ni reservas en restaurantes elegantes, ni vestidito planeado con antelación. Solo estaba ella, con el cabello medio enredado, una camiseta que no combinaba con nada y un mensaje de él que decía:

“¿Te veo en diez minutos?”

Diez minutos. Ni siquiera le dio tiempo de fingir que estaba ocupada o inventar una excusa para arreglarse. Y sin embargo, había algo en esa invitación tan repentina que la emocionó.

—Claudia, ¿qué me pongo? —gritó, mientras revolvía su clóset.
—¿Qué tienes puesto ahora? —preguntó su amiga, entrando a la habitación.
—Esto.
Claudia la miró de arriba abajo y se encogió de hombros.
—Perfecto. Es cita improvisada, ¿no? Entonces look improvisado.

Valeria quiso discutir, pero el reloj marcaba la cuenta regresiva y decidió confiar en el “minimalismo forzado”. Salió corriendo al encuentro, convencida de que estaba a punto de dar la peor primera impresión de su vida… aunque ya había dado varias.

Él la estaba esperando en la esquina, con una sonrisa que desarmaba cualquier inseguridad.
—¡Wow! —dijo—. Estás guapísima.
Valeria lo miró incrédula.
—¿Con esta camiseta?
—Sobre todo con esa camiseta.

El plan era simple: caminar hasta donde los pies quisieran llevarlos. Terminaron en una plaza pequeña, donde un señor vendía churros y una señora tocaba el acordeón como si estuviera interpretando la banda sonora de sus vidas.

—¿Plan A? —preguntó él.
—No hay.
—¿Entonces plan B?
—No. Plan improvisado.

Se sentaron en un banco, compartiendo churros y hablando de todo lo que no suele decirse en una “cita oficial”: confesaron sus peores exámenes, las veces que se quedaron dormidos en reuniones y los secretos absurdos que normalmente uno guarda hasta la tercera copa de vino.

En algún momento, empezó a lloviznar. Él sacó un paraguas diminuto que apenas cubría la mitad de sus cabezas.
—Bueno, al menos no nos mojaremos tanto.
Valeria se echó a reír.
—Esto parece una comedia romántica de bajo presupuesto.

Y así caminaron, con medio cuerpo empapado, tratando de mantener el churro a salvo de la lluvia.

Lo mejor llegó cuando pasaron frente a un café con micrófono abierto. Sin pensarlo, entraron. Un chico nervioso cantaba canciones de amor y olvidaba la letra en cada estrofa, mientras la gente lo aplaudía con entusiasmo fingido.

—Te reto a subir —le dijo él a Valeria, con una chispa traviesa en los ojos.
—Ni loca.
—Te invito el postre más caro del menú.
—¿Con extra de chocolate?
—Con triple extra.

Valeria subió al escenario, temblando, y en vez de cantar, improvisó un monólogo sobre las citas modernas: el ghosting educado, los emojis malditos y el desastre de darle like a la foto equivocada. La gente se rió tanto que la aplaudieron de pie.

Al bajar, con las mejillas encendidas, él la abrazó.
—¿Ves? Las mejores cosas pasan cuando no planeas nada.

Ella quiso responder algo ingenioso, pero lo único que pudo decir fue:
—Si este es el plan improvisado… no quiero conocer el plan oficial.



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En el texto hay: romance, humor

Editado: 20.09.2025

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