Citas, matches y desastres

Capítulo 64

Toda familia tiene una persona que, sin pedir permiso, decide ser la directora sentimental de tu vida. En el caso de Valeria, esa persona era la tía Rosaura: especialista en remedios caseros, amuletos ridículos y consejos amorosos que parecían sacados de una telenovela de los años noventa.

Un domingo cualquiera, Valeria fue a visitarla para tomar café. Lo que no sabía era que la visita se convertiría en una sesión de “terapia amorosa no solicitada”.

—Sobrina, mírame bien —dijo la tía, acomodándose el turbante que siempre llevaba, aunque nunca explicó por qué—. Yo sé que tú andas con un chico.
Valeria casi se atragantó con la galleta.
—¿Cómo que sabe?
—Porque las mujeres tenemos un radar. Y el mío está afinadísimo —respondió, dándole un toque teatral con los dedos al aire—. Además, tu mamá me contó.

Valeria suspiró. Nunca había entendido cómo las madres y las tías formaban un servicio secreto paralelo mejor que la CIA.

—Tía, de verdad, todo va bien. No necesito consejos.
—¡Al contrario! —replicó Rosaura, levantando un dedo como quien anuncia la verdad absoluta—. Precisamente porque va bien es que necesitas mis consejos, para que no arruines nada.

Lo peor es que Valeria no pudo escaparse. Entre el café, las galletas y la mirada inquisidora de su tía, se vio obligada a escuchar una lista interminable:

1. Nunca contestes un mensaje de inmediato. “El misterio, mija, el misterio. Que no piense que lo tienes en bandeja.”

2. Siempre ten un perfume especial para las citas. “El olfato enamora más que las palabras.”

3. Jamás hables de tus exes, salvo para decir que todos lloraron por ti.

4. Hazlo sufrir un poquito. “Si se ríe mucho contigo, un día llórale, para que sepa que no todo es risas.”

Valeria tomaba nota mentalmente, pero solo porque estaba convencida de que esos consejos podrían servirle para escribir una novela cómica algún día.

—Tía, de verdad, no necesito manipularlo ni nada raro.
—¡Ay, ingenua! —exclamó Rosaura, tocándose el pecho—. Los hombres son como las plantas: si no los riegas, se secan; pero si los inundas, se ahogan. Tú tienes que ser como la lluvia de mayo: ni mucho, ni poco, pero siempre a tiempo.

Valeria no sabía si reír o llorar. En ese momento, sonó su celular. Era un mensaje de él:

“¿Nos vemos en un rato para tomar algo?”

La tía Rosaura se inclinó con mirada cómplice.
—Respóndele en una hora.
—¡Tía, eso es ridículo! —protestó Valeria.
—Haz lo que quieras, pero si respondes ya, me juego mi rosario a que te toma por segura.

Valeria, medio por complacerla y medio por curiosidad, esperó… cinco minutos.
Él respondió al instante:
“Perfecto. Te paso a buscar en media hora.”

La tía la observó con aire de victoria.
—¿Ves? ¡Mi técnica funciona!
Valeria rodó los ojos, pero no pudo evitar reír. Porque aunque la tía exagerara, al final lo cierto era que, entre consejos locos y supersticiones, Rosaura siempre le transmitía algo valioso: la certeza de que alguien se preocupaba por su felicidad.

Esa noche, en la cita improvisada que surgió de aquel mensaje, Valeria pensó que tal vez los consejos de la tía no eran tan útiles… pero sí muy divertidos. Y lo más importante: siempre la hacían sentir acompañada en el torbellino caótico de su vida amorosa.



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En el texto hay: romance, humor

Editado: 20.09.2025

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