Citas, matches y desastres

Capítulo 65

Valeria pensaba que trabajar en casa era caótico. El internet se caía cuando tenía juntas importantes, la licuadora de la vecina parecía sonar solo en horas críticas y su gato decidía caminar sobre el teclado en el momento exacto en que tenía que enviar un informe.

Pero nada la preparó para la experiencia de trabajar con él en un coworking.

La idea parecía buena: él tenía que adelantar unas presentaciones, ella debía terminar un reporte, y en lugar de encerrarse cada uno por su lado, decidieron compartir espacio. “Así nos apoyamos y hacemos que el trabajo sea más divertido”, dijeron. Spoiler: lo de divertido era cierto, pero lo de productivo… no tanto.

El coworking era un lugar moderno, con plantas colgantes, lámparas industriales y una máquina de café que parecía nave espacial. Desde que llegaron, Valeria notó que no encajaban: todos se veían serios, profesionales, con sus audífonos puestos y mirada de tiburón corporativo.

En cambio, ellos dos parecían turistas en un museo.

—¿Sabes usar esta cafetera? —preguntó él, apretando botones al azar.
La máquina soltó un chorro de espuma que casi arruina la laptop de Valeria.
—¡Déjalo! Mejor compro uno ya hecho.

Se instalaron en una mesa compartida, rodeados de gente que tecleaba con precisión matemática. Valeria intentó concentrarse en su documento, pero cada dos minutos él le pasaba notas ridículas escritas en post-its:

“Creo que el de enfrente es un espía.”
“Si desaparezco, fue la señora de la impresora.”
“¿Cuántas tazas de café crees que aguante antes de empezar a hablar en francés?”

Valeria trataba de contener la risa, pero al final terminó soltando una carcajada tan fuerte que tres personas los miraron como si hubieran profanado un templo.

El verdadero desastre empezó en la hora del almuerzo. El coworking tenía una cocina común, y él decidió impresionar a Valeria calentando unas empanadas. Lo que no calculó fue que eran de queso, y explotaron en el microondas como fuegos artificiales.

—¡Incendio! —gritó alguien exagerado.
Valeria, roja de la risa, intentaba limpiar con servilletas mientras él pedía disculpas a todo el mundo.

De regreso a la mesa, ella susurró:
—¿Sabes que nos van a vetar de aquí, verdad?
—Vale la pena —respondió él, sonriendo—. Nunca vi a alguien reírse tanto en medio del trabajo.

Y era cierto: entre interrupciones, cafés mal servidos y notas en post-its, no avanzaron ni la mitad de lo que tenían que hacer. Pero a Valeria le quedó grabado algo: que la risa podía convertir el caos en un recuerdo feliz.

Al salir, mientras recogían sus cosas, un chico del coworking se acercó y dijo en voz baja:
—No sé qué hacen aquí, pero deberían venir más seguido. Este lugar nunca fue tan divertido.

Valeria y él se miraron, cómplices, y sin planearlo, ya estaban riéndose de nuevo.



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En el texto hay: romance, humor

Editado: 20.09.2025

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