Valeria siempre había tenido una relación complicada con la tecnología. Su celular era una extensión de su mano, sí, pero también era el culpable de sus momentos más vergonzosos: como cuando le dio like a la foto equivocada de un ex, o cuando envió un audio de tres minutos a su jefe pensando que era Claudia.
Esta vez, el error superó todos los anteriores.
Era una noche tranquila. Valeria estaba en la cama, con mascarilla verde en la cara, viendo memes y chateando con Claudia y con él al mismo tiempo. El multitasking nunca fue su fuerte, pero aún así intentó contestar rápido a los dos.
En el chat con Claudia, escribía:
“Amiga, este hombre me tiene loquita, pero a veces me pone tan nerviosa que siento que voy a decir una burrada y arruinarlo todo.”
Y justo cuando apretó enviar, se dio cuenta del horror: el mensaje no fue a Claudia… fue a ÉL.
—¡Noooooo! —gritó, tirando el celular a la almohada como si estuviera poseído.
Valeria entró en pánico. Imaginó todas las posibilidades: que pensara que era una intensa, que se asustara, que riera de ella… o peor, que no respondiera nunca.
Llamó a Claudia de inmediato.
—¡Auxilio! Mandé un mensaje que no debía.
—¿A quién?
—A él.
—¿Y qué le pusiste?
—Que me tiene loquita y que soy una torpe.
Hubo un silencio breve, seguido de una carcajada tan fuerte que Valeria tuvo que alejar el teléfono del oído.
—Amiga, eso no es un desastre, ¡eso es romanticismo accidental!
Mientras discutían cómo arreglarlo, apareció la notificación: él había leído el mensaje. Valeria sintió que se le detuvo el corazón.
Pasaron tres minutos. Cinco. Diez. Ninguna respuesta.
—Listo, ya se acabó. Me voy a mudar de país, cambiar de identidad, seré monja en un convento —dijo Valeria, dramática.
De pronto, sonó el celular. Era él. No un mensaje, sino una llamada.
Valeria lo miró como si fuera una bomba a punto de explotar. Contestó con voz débil.
—¿Hola?
—Hola —dijo él, con un tono divertido—. Acabo de leer tu mensaje.
—Sí… lo siento… era para Claudia.
—Lo imaginé. Pero sabes, me alegra que se haya cruzado de chat.
—¿Ah sí? —preguntó, sorprendida.
—Sí. Porque ahora sé que no soy el único nervioso en esta historia.
Valeria no supo qué decir. Se quedó en silencio, con la mascarilla chorreándole por la nariz, mientras él añadía:
—Y para que quede claro: tú también me tienes loquito.
Colgó con una sonrisa boba que Claudia, en altavoz, no tardó en señalar.
—Te salió el tiro por la culata… ¡pero mira qué culata más linda!
Valeria se echó a reír. Tal vez su celular era su peor enemigo, pero en esa ocasión, había jugado a su favor.