Citas, matches y desastres

Capítulo 89

Valeria siempre había considerado que su abuela tenía un sexto sentido. Esa mujer podía oler un chisme a tres kilómetros de distancia, detectar mentiras con la mirada y dar consejos que parecían salidos de un manual secreto de la vida. El problema era que la abuela también tenía un séptimo sentido: el de entrometerse en absolutamente todo.

Por eso, cuando Valeria recibió un mensaje de voz diciendo:
—Mijita, vente a la casa, necesito hablar contigo de ese muchacho —supuso que se trataba de una emboscada.

La llegada sospechosa

Al llegar, lo primero que notó fue que la abuela había preparado café y galletas como si estuviera a punto de recibir a un embajador.
—Abuela… ¿qué trama?
—Nada, nada, solo quiero saber por qué me ocultas cosas. ¡Una vieja como yo merece estar enterada!

Valeria rodó los ojos.
—No te oculto nada.
—¡Ja! —exclamó la abuela—. Eso mismo me dijo tu mamá cuando me salió con que estaba “estudiando tarde” y luego apareció casada.

Valeria tosió con el café.
—¡Abuela, por favor!

El interrogatorio oficial

La abuela se acomodó en el sillón, con mirada de detective.
—A ver, ¿cómo se llama? ¿Dónde trabaja? ¿Qué intenciones tiene? ¿Te trata bien o le rompo la cara con mi bastón?

Valeria se quedó boquiabierta.
—¿Cómo sabes que hay alguien?
—Porque las mujeres felices sonríen distinto. Y tú vienes sonriendo como si escondieras un premio.

Valeria intentó disimular, pero terminó soltando una carcajada.
—Está bien… sí, hay alguien.
La abuela sonrió triunfal, como si hubiera resuelto un caso de la Interpol.

Los consejos (no tan) sabios

—Mira, mijita —dijo la abuela, dándole una palmada en la mano—, en la vida uno necesita tres cosas de una pareja:

1. Que te haga reír.

2. Que te respete.

3. Que sepa cocinar o, al menos, pedir buena comida a domicilio.

Valeria explotó en risa.
—¡Esa tercera opción no estaba en ningún libro de autoayuda!
—Pues deberían ponerla. Yo sobreviví a tu abuelo porque sabía hacer arroz con pollo y porque nunca me dijo gorda. Eso es amor verdadero.

Valeria no podía con la risa, pero también sintió que algo se le apretaba en el pecho.
—Abuela, ¿y si todo esto termina mal? ¿Si solo estoy ilusionándome?
La abuela la miró con ternura.
—Entonces lloras un rato, comes helado y sigues adelante. Pero si no lo intentas, te vas a quedar con la duda. Y la duda, mijita, pesa más que un corazón roto.

La sorpresa incómoda

Justo cuando Valeria iba a agradecerle, sonó el timbre. La abuela, con una sonrisa traviesa, se levantó como si ya supiera quién era.
—Oh, seguro es el panadero.

Pero no era el panadero. Era él.
Con una caja de pasteles en las manos y cara de “me invitaron, pero no estoy seguro cómo”.

Valeria casi se desmaya.
—¡Abuela! ¿Lo invitaste?
La abuela se hizo la inocente.
—Ay, yo solo dije que me encantaría conocerlo algún día. Si vino hoy… será cosa del destino.

Él saludó nervioso.
—Hola… traje postres.
La abuela lo miró de arriba abajo, evaluando como si fuera un juez en un concurso. Luego sonrió.
—Está bien. Tiene buenos brazos para cargar bolsas del mercado. Pasa la prueba inicial.

Valeria quería tragarse la tierra, pero al mismo tiempo no pudo evitar reírse de la situación.

El final entre risas

Al final, los tres terminaron en la mesa, compartiendo café, galletas y los postres que él había traído. La abuela no perdió oportunidad de meter comentarios:
—Si se pelea contigo, mijito, recuerda que yo siempre estoy de tu lado.
—¡Abuela! —protestó Valeria.
—Es broma… más o menos —dijo, guiñando un ojo.

Cuando se fueron, Valeria caminaba roja de la vergüenza.
—No puedo creer que hayas pasado por esto.
Él sonrió, tomando su mano.
—La verdad… me gustó. Tu abuela es increíble.
Valeria suspiró.
—Sí… y peligrosa.

Mientras se alejaban, la abuela, desde la ventana, gritó:
—¡Y recuerden el consejo número tres! ¡Nada de noviazgos con hambre!

Valeria se tapó la cara. Él no paraba de reír. Y así, entre bochorno y ternura, supo que ese consejo, por absurdo que sonara, se le iba a quedar grabado.



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En el texto hay: romance, humor

Editado: 20.09.2025

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