Valeria siempre había pensado que el amor era como una receta: si seguías los pasos exactos, el resultado tenía que salir bien. Pero últimamente, con él, las cosas parecían más una improvisación culinaria: mucho sabor, mucho caos, y la constante duda de si iban a terminar con un banquete… o con la cocina en llamas.
El momento incómodo
Una noche cualquiera, después de una cita improvisada que había terminado en pizzas frías y una maratón de series, él la miró con seriedad. Demasiada seriedad.
—Valeria, tenemos que hablar.
Dos palabras que daban más miedo que “se acabó el café”.
Valeria tragó saliva, nerviosa.
—¿Es malo?
—Depende. Para mí, es importante.
Ella intentó sonar relajada.
—Ok… ¿qué pasa?
—Pues… me gustaría que dejáramos de estar en ese limbo extraño.
Valeria parpadeó.
—¿Limbo? ¿Qué limbo?
—Ese de “somos más que amigos pero menos que novios”.
Valeria lo miró fijamente, como si él acabara de descubrir América.
—¡Ah! Ese limbo. Sí, lo conozco bien. Hasta tiene servicio al cuarto y piscina de dudas.
El debate filosófico
Él rió, pero no cedió.
—Estoy hablando en serio. Me gustas demasiado para seguir en el “todavía no”. Quiero un “sí”.
Valeria se mordió el labio.
—¿Y qué pasa si digo que necesito más tiempo?
—Pues te espero. Pero no me niegues que ya estamos en algo.
Valeria alzó la ceja, divertida.
—¿Ese “algo” incluye que casi incendiaste mi cocina con la pasta la otra noche?
—Fue un accidente culinario romántico.
—¿Y que tu mamá ya me siga en Instagram como si fuéramos cuñadas oficiales?
—Eso… fue iniciativa de ella.
Ambos se miraron y estallaron en risas, aunque el tema seguía flotando en el aire.
El dilema interno
Valeria se fue a dormir esa noche con la mente hecha un torbellino. Quería decirle que sí. De verdad lo quería. Pero también le daba miedo. El “sí” significaba dejar de poner excusas, dejar de pensar que todo era un juego, y aceptar que, esta vez, iba en serio.
Y Valeria era experta en autosabotaje.
—¿Y si lo arruino? —se dijo en voz alta, abrazando la almohada.
Claudia, que estaba en videollamada mientras se pintaba las uñas, respondió como siempre con cero sutileza:
—Pues lo arruinas y ya. Luego comes helado, lloras, y me cuentas el chisme. Pero no seas cobarde, mujer.
Valeria la fulminó con la mirada.
—Gracias por tu apoyo emocional tan delicado.
—De nada, para eso estoy.
La escena del “casi”
Días después, salieron a caminar por la ciudad iluminada de noche. Todo era perfecto: las luces, la música callejera, el olor a churros recién hechos.
Él se detuvo de repente y tomó su mano.
—Valeria, ¿quieres ser mi novia?
Ella lo miró, con el corazón latiendo como tambor de carnaval. Abrió la boca para decir que sí… pero lo que salió fue:
—Todavía no.
El silencio fue tan espeso que hasta los churros dejaron de oler.
Él la miró sorprendido, pero sin soltar su mano.
—¿Todavía no?
—Es que… me asusta. Me asusta que todo esto sea tan bueno que termine mal.
Él respiró profundo, como quien se arma de paciencia.
—Entonces no te preocupes. Si hace falta, espero. Pero quiero que sepas algo: yo no pienso irme.
Valeria lo miró con los ojos brillosos, entre culpa y alivio.
—¿Seguro? Porque soy un desastre andante.
—Eso ya lo sé. Y aún así, aquí estoy.
El final abierto
Al final de la noche, se despidieron con un beso largo que decía más que mil palabras. Valeria no había dicho el “sí” todavía, pero algo dentro de ella sabía que estaba muy cerca.
Mientras caminaba de regreso a casa, Claudia la llamó.
—¿Y entonces? ¿Le dijiste que sí?
Valeria suspiró.
—Le dije… “todavía no”.
—¡¿Qué?! —gritó Claudia—. ¡Valeria, te voy a dar con la chancla emocional hasta que espabiles!
Valeria rió, pero en el fondo sonrió. Porque aunque aún no lo había dicho, sentía que el “sí” ya estaba escrito en el aire… solo esperaba el momento perfecto para soltarlo.