Estaba sentada sobre el frío suelo de hormigón, con las piernas cruzadas en posición de yoga. La luz de la luna se filtraba por una diminuta ventana situada a casi tres metros de altura. Yo no podía alcanzarla, pero la noche sí encontraba la forma de iluminarme. Por un instante sentí que la inmensidad del cielo entraba en mí... o quizá solo era el anhelo de escapar y experimentarlo desde la libertad.
Inspiré hondo, intentando relajar el nudo que me apretaba la garganta, ese impulso irrefrenable de romper a llorar que me asaltaba tan a menudo. ¿Podría escapar algún día de esta prisión? No lo sabía. Ni siquiera tenía valor para planear una fuga: el simple recuerdo de su voz me helaba la sangre. El miedo era tan grande que había aprendido a resignarme, a soportar la represión antes que enfrentarme a él.
A la luz de la madrugada, aquel cuarto abandonado -mi cárcel- parecía menos hostil. El resplandor blanquecino suavizaba las paredes desconchadas, casi como si quisiera engañarme. Pero era solo un espejismo. La realidad seguía ahí: una cama, un inodoro, una ducha y un teléfono móvil.
Dicho teléfono solo permitía enviar un SMS en caso de "emergencia" o usar una única aplicación de notas. Imagino que lo segundo se debía más a la desidia que a la empatía.
Abrí la app de notas y escribí:
"Soy un pájaro que canta sin que nadie lo escuche."
Después me arrastré hasta la cama, recosté el torso sobre el colchón con la cabeza entre los brazos y, sin darme cuenta, me quedé dormida. A la mañana siguiente me desperté con un dolor agudo en la espalda. El desayuno me esperaba bajo la puerta: un zumo de naranja con sabor a nevera sucia y unas tostadas requemadas y frías. Di un mordisco sin ganas, intentando que el pan no supiera tan mal, y bebí un sorbo de aquel brebaje. Nada mejoró.
Tomé el móvil para escribir algo más. Como la tostada me estorbaba, la arrojé contra el plato con desprecio. Abrí la app y entonces lo vi.
Debajo de mi frase de la noche anterior aparecía otra, escrita con la misma tipografía:
"Todo pájaro conoce la forma de su jaula."
Me quedé rígida. Fruncí el ceño, intentando recordar lo que había hecho antes de dormir. ¿Lo había escrito yo medio sonámbula? ¿Era un fallo del móvil? ¿O... había sido él? Tal vez él se colaba en la habitación mientras yo dormía, dejándome este tipo de mensajes como una burla macabra.
La rabia me golpeó con fuerza. Tecleé con los dedos crispados:
"El aire aquí no me alcanza."
Esperé unos minutos, clavando los ojos en la pantalla, sintiéndome cada vez más estúpida. El cursor parpadeó varias veces. Y entonces, como por arte de magia, las palabras comenzaron a deslizarse solas, letra a letra.
Me atraganté con el trozo de tostada que aún rumiaba y lancé el móvil sobre la cama, aterrada. Cuando reuní valor para acercarme, las palabras ya estaban completas:
"El aire se filtra incluso por la más pequeña rendija. ¿La has buscado?"
Me aproximé al teléfono lentamente, como si algo pudiera salir de la pantalla para atraparme. Cogí el vaso de zumo y lo vacié de un trago, imaginando que era whisky.
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Editado: 06.09.2025