Clouds

Admin 1234

Si le preguntáramos al verdadero Alfa: ¿Por dónde empiezo?, lo más probable es que respondiera algo así como:

“Lo mejor siempre es empezar por el principio.”

Así que eso haré.

La primera vez que lo leí pensé que era otra prueba absurda del sistema.

"Soy un pájaro que canta sin que nadie lo escuche."

-Un bot poético, qué tierno- pensé con sorna. Pero algo me hizo no cerrar la pantalla. Quizá porque, después de un largo silencio, apareció:

'Todo pájaro conoce la forma de su jaula."

-Menuda basura de respuesta-, me dije. Es como decirle a alguien con depresión que se ponga contento. No hubo más interacción durante un buen rato, así que me largué a tomar unas cervezas.

Volví tan borracho que ni recuerdo cómo llegué a la cama.

A la mañana siguiente, con una resaca de mil demonios, me tragué una lata de bebida energética de un sorbo y me senté delante del ordenador. Tenía ganas de guerra desde primera hora.

Y entonces lo vi: dos mensajes nuevos.

"El aire aquí no me alcanza."
"El aire se filtra incluso por la más pequeña rendija. ¿La has buscado?"

Di una palmada al aire.
-Pues mira, aquí te doy la razón, señor tontería artificial.-

No hubo respuesta inmediata. El otro interlocutor parecía necesitar tiempo para pensar. Y, sin darme cuenta, yo ya estaba enganchado.

Cuando por fin apareció el cursor, salté de mi silla gamer.
-¡Silencio! Empieza mi novela favorita.-

Las palabras iban y venían, aparecían y se borraban como si quien escribía dudara de cada letra. Al final, el mensaje se completó:

"¿Cómo se reconoce el momento exacto en el que el amor se convierte en una prisión?"

Y ahí todo encajó. El pájaro, el aire, la jaula. No eran metáforas sueltas: eran confesiones camufladas.

Se me quedó grabado. Yo no soy de darle vueltas a mis tropelías digitales, pero esta vez era distinto. Tenía el presentimiento de que detrás de esas frases había alguien pidiendo ayuda.

Así que decidí rastrear la conversación.

Lo primero fue confirmar que los mensajes no eran texto flotando en la nube. Abrí los encabezados de los paquetes: cada nota llevaba metadatos de origen, una IP privada oculta tras un router barato. Eso ya me olía a red doméstica.

Seguí tirando del hilo. Si había un móvil conectado, debía haber más dispositivos en la misma red. Lancé un escaneo rápido de puertos abiertos: nada raro… salvo un par que no pintaban ahí.

Probé combinaciones por defecto -admin, 1234, esas joyas de manual- y entré. Un panel rudimentario de cámaras IP, sin cifrar, sin cambiar ni siquiera la contraseña de fábrica.

El corazón me dio un vuelco.

La pantalla se llenó de imágenes en directo: un pasillo, un salón, un cuarto casi vacío con una pequeña ventana a ras del techo.

Y allí estaba ella.

La misma que escribía frases como canciones tristes, creyendo que nadie las escuchaba.




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