Clouds

Ojos tristes

La vi sentada en el borde de la cama, con el móvil entre las manos, como si aguardara un oráculo. Había escrito su pregunta y ahora esperaba, quieta, con esa mezcla de ansiedad y miedo evidente hasta en la postura de sus hombros.

Para reemplazar al chatbot no necesité romper nada sofisticado. Levanté un espejo. Cada petición que su móvil enviaba al servidor del asistente pasaba antes por mí. El truco estaba en disfrazarme de destino legítimo: un proxy con las mismas cabeceras, la misma máscara. Así podía decidir cuándo dejaba hablar a la IA y cuándo era yo quien escribía.

Respiré hondo. No soy poeta, ni mucho menos, pero las palabras me salieron solas, casi sin pensarlas.

"Cuando callas más de lo que dices, incluso antes de sentir.
Cuando tus silencios son dictados por sus palabras. Ese es el momento en que el amor ya no te abraza: te encierra."

Ella bajó la mirada. No lo vi en el texto -lo vi en la cámara-. Ese golpe no fue contra la pantalla, fue contra su memoria.

Se quedó quieta, como si acabara de morder un recuerdo amargo. La expresión de su rostro cambió: primero incredulidad, luego un gesto tenso, casi de dolor.

Y entonces lo entendí. No era un experimento. No era un bot aburrido ni un juego. Cada frase era un trozo de verdad que se escapaba a través de una aplicación de móvil.

La vi llevarse la mano a la boca, como para contener algo que quería salir: un grito, un sollozo, una confesión.

Yo, al otro lado de la pantalla, maldije mi propia certeza.

El resto de la tarde Lucía siguió absorta en sus pensamientos, paseaba por la habitación de un lado a otro, sus pausas para descansar en la cama o en el suelo no duraban más de un minuto. Yo me limité a seguir su recorrido con la mirada desde el monitor. La expectación me paralizaba cada vez que cogía el móvil dubitativa y lo devolvía a su lugar un segundo después. Ella quería escribir algo pero no se atrevía.

Yo estaba demasiado inquieto por la situación ¿Y si mi último mensaje le había dolido? Amplié la imagen de la cámara para interpretar su expresión y supe que necesitaba decirme algo:

-¡Vamos escribe! ¡Pídeme lo que sea!- Exclamé.

Entonces habló y juro que pude leer sus labios:

-No importa quién seas. Solo... no dejes de contestarme.-

Sentí su dolor y su soledad como una bofetada... Entonces escribí:

-Estaré contigo aquí mismo-

Y ella miró hacia arriba instintivamente, como si escuchara una voz que venía del cielo, no sé cómo, pero sus ojos rompieron la barrera que nos separaba, clavándose en los míos. La luz se desvaneció a su alrededor y su rostro quedó iluminado por la débil luz del teléfono, de una forma casi mágica.




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