Conduje hasta el lugar en plena noche. El polígono estaba muerto, como un decorado vacío. La nave tenía un cierre metálico enorme, pero estaba abierto. Junto a la entrada, una mesa y una silla: una recepción improvisada. No era un hogar, era un puesto de vigilancia.
Entonces vi la entrada de ese maldito cuarto. No podía creer que Lucía estuviera al otro lado
Unos pasos resonaron y me escondí detrás de un coche abandonado. Era él. Apartó la silla, se dejó caer. Escuché ligeramente el sonido de las teclas de un móvil y luego un golpe sobre la mesa. Contuve la respiración.
Saqué mi móvil despacio, abrí la mochila sin hacer ruido. Revisé las cámaras. Todo estaba en calma... por curiosidad miré las notas aunque sabía que Lucía no podía escribirme:
"¿Quién coño eres?"
Un escalofrío me recorrió. Por un segundo me lo imaginé pronunciando la frase justo detrás de mí.Me incorporé con cuidado y miré través de las ventanillas de mi escondite: seguía en la silla, la pose típica de matón de colegio.
Volví a la pantalla. Y entonces la vi. Lucía estaba frente a la puerta. La cabeza erguida, los hombros altos, una guerrera en pie. Estiró el brazo con decisión. Apretó el pomo como si fuera un juramento. Tomó aire. Lo giró.
El sonido metálico llegó hasta mí al mismo tiempo que lo veía en las cámaras.
Me levanté con las piernas temblando, rodeé el coche y me planté frente a la entrada. Él también se puso en pie. Nuestros ojos se cruzaron. Me miró desafiante como si el mundo siguiera siendo suyo.
Lo que él no sabía es que yo ya había avisado a la policía.
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Editado: 07.09.2025