Club "Ilusión"

Capítulo 4. “Lagarto” cazado.

Diana.

Finalmente, ahí estaba el motivo por el que había cambiado mi pijama, Netflix y la vida tranquila por este pequeño “paraíso del pecado”. Había venido a cazar al hombre por quien mi clienta estaba dispuesta a pagar lo que fuera, y ahí lo tenía, envuelto en misterio de incognito y un elegante traje negro como el de casi todos, aunque con una gran diferencia, ya no llevaba los pantalones. A lo mejor por eso mis ojos fijaron en él. La máscara no me dejaba ver su rostro, pero lo reconocí sin dudar por las detalladas (y obsesivas) descripciones de su esposa. El tatuaje de un lagarto verde estaba subiendo por la pierna al sitio escondido por los calzoncillos. ¡Bingo! Era una señal inconfundible.

Él parecía completamente sumergido en su papel de "casanova desinhibido", rodeado por dos rubias que lo miraban como si de verdad acabaran de toparse con el protagonista de su novela romántica. Desde mi ángulo, aquellas dos parecían listas para fusionarse en uno solo con el esposo de mi clienta, todo allí mismo, en plena pista de baile. ¡Menuda vergüenza! Aunque, para mi frustración, técnicamente no había nada incriminatorio aún: bailar con exceso de entusiasmo no era causal de divorcio en ningún manual, aunque mi clienta sin duda añadiría un apéndice sobre “la dignidad y el límite de los pantalones” en la próxima edición.

Nada ilegal, nada explícitamente prohibido, pero para mí era un espectáculo de lo más bochornoso. Quién iba a decir que una simple danza podría poner a prueba mis valores estéticos y, si me apuran, hasta los morales. Así que decidí sumergirme en la pista, acercándome en un vaivén “casual” para ver si podía escuchar algún fragmento revelador de su conversación.

Mientras intentaba no perder de vista al “Lagarto”, noté algo aún más intrigante: el hombre de mandíbula cincelada que me había seguido la pista en la pista de baile ahora estaba en la barra, observándome como si estuviera viendo un espectáculo. Parecía tener esa habilidad especial de los personajes misteriosos de captar la atención sin mover un solo músculo. No apartaba la vista de mí y, aunque podría haber sido un anónimo más en el lugar, destacaba como un lobo en medio de una manada de corderos. Intrigante… y perturbador. ¿O simplemente era el ambiente?

De todos modos, yo tenía que centrarme en mi “presa”, no en el hombre desconocido que estaba a punto de derretirme con la mirada. Así que, con un suspiro interno de resignación, volví a mirar hacia mi objetivo, justo a tiempo para ver cómo él y sus “compañeras de baile” se dirigían hacia las escaleras que llevaban a las habitaciones privadas. Lugar reservado para los invitados “plateados” y encuentros de otro tipo, no precisamente para un grupo de yoga.

Esperé unos minutos para no parecer demasiado ansiosa, tomé una copa de champán de una bandeja, acercada con una camarera y con todo el aplomo que pude reunir, me dirigí hacia las escaleras. Apenas había puesto un pie en el primer escalón cuando sentí una mano tomando mi codo.

—¿No me digas que entraste en la “Ilusión” para dormir sola? —dijo una voz grave y perfectamente modulada.

Ahí estaba él, el misterioso de la mandíbula perfecta, con una media sonrisa que combinaba desafío y un poquito de diversión. Me detuve un instante, evaluando mis opciones, y opté por responderle con un toque de humor.

—¿Y quién te dijo que dormiría y menos sola? —respondí, alzando una ceja.

Él sonrió, igualando mi tono.

—Porque los que suben, van en pareja o en grupo. Poca gente viene aquí para meditar —me explicó, sin soltarme.

Vale, confieso que ahí me pilló. Pensé rápido en una salida digna, sin revelarle que mi “compañía” ya estaba en una habitación de arriba, esperando mi gran entrada. Con un suspiro disimulado, respondí:

—Ah, es que, ya sabes… hacer cosas íntimas en baños públicos nunca ha sido mi fantasía.

Soltó una risa suave, y por un instante me sentí como si estuviéramos en una película de espionaje romántico de esas que mi madre ve en bucle.

—No parece tu estilo, en efecto —comentó él, y mientras calculaba cómo deshacerme de él, decidí rematar con algo que sonara bien misterioso.

Le dediqué una sonrisa, pasé un dedo por su barbilla con fingida coquetería, y susurré:

—Vuelvo en un momento para discutir cómo puedes sorprenderme. Porque… bueno, parece que realmente me deseas.

Él se encogió de hombros con una sonrisa pícara.

—Te garantizo que puedo sorprenderte. Tengo algunos trucos bajo la manga.

¿A qué se refería? Ni idea. No sé si debería haberme asustado, pero, para ser sincera, el cosquilleo que sentí fue… otro tipo de emoción. Le sonreí, me zafé y continué mi camino hacia las escaleras. “Vamos, Diana. A por el “lagarto”. Esto es solo trabajo… solo trabajo.” – repetí una vez más.

Al subir entendía que era un hotel. En el segundo piso, las puertas parecían multiplicarse, y me sentí como en un videojuego donde cada puerta podía llevarme a una misión distinta. ¿Dónde estaba exactamente el “Lagarto”? No tenía tiempo para dudar: si el hombre de mandíbula perfecta decidía subir a buscarme, mi “incognito” caería en menos de lo que tardo en quitarme un zapato. Y, hablando de zapatos, los quité. Caminar de puntillas en esta misión encubierta parecía más lógico, aunque, para ser honesta, también era un alivio para mis pies después de horas de tortura en esos tacones asesinos.

Me acerqué a la primera puerta y pegué la oreja, intentando captar algún sonido comprometedor, con la esperanza de escuchar algo que delatara al “Lagarto” en acción. Pero, nada se escuchó.

Al llegar a la segunda puerta, un ruido sospechoso del otro lado me hizo detenerme. Toqué suavemente, fingiendo una borrachera encantadora. La puerta se abrió, y ahí estaba un chico completamente desnudo, mirándome con evidente molestia.

—¿Qué deseas? —preguntó.

—Perdona, creo que me equivoqué de puerta —respondí, ladeando la cabeza en un intento de asomar un ojo al interior, donde había otro hombre—. Aunque… quizás no…




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