Club "Ilusión"

Capítulo 10. La trampa.

León.

Observé el video sin inmutarme, aunque por dentro me hervía la sangre. Bastaron dos segundos para reconocer el lugar: las luces rojas y el ambiente oscuro, la decoración vulgarmente extravagante… Era inconfundible. “Ilusión,” el club de Steve. “¡Maldita sea, Steve! ¿Es esta tu famosa discreción?” pensé, mientras mi mandíbula se tensaba y el video seguía.

En cuanto terminé la reunión con la señorita Fontaine, mantuve mi compostura hasta salir del restaurante. Sin embargo, su presencia seguía rondando en mi mente. Llegó tarde, desaliñada, con los talones retumbando en el suelo como si estuviera en una carrera. Y aun así, no pude evitar notar su determinación. La mujer se había esmerado en lucir profesional, pero cuando se movía parecía que esos tacones de última hora eran tan nuevos para ella como las tácticas que intentaba desplegar frente a mí.

Esa mezcla de esfuerzo y falta de experiencia resultó... curiosamente interesante. ¿Qué esperaba, realmente? Tal vez impresionar con esa coleta alta, el labial impecable y esos intentos de firmeza que se le caían cada tanto. Se creía que me tenía en su bolsillo, y no tenía idea de que el partido apenas comenzaba. Sí, había subestimado a Diana Fontaine. Pero, por alguna razón, tampoco pude sacarme su imagen de la cabeza mientras marcaba el número de Steve.

—Steve —dije, sin siquiera saludar—. ¿Sabes que tu club ha terminado en manos del enemigo? ¿Quieres explicarme cómo demonios el video de un cliente tuyo ha salido de “Ilusión”?

Steve respondió con un bostezo apenas disimulado, seguido de una risa ronca y despreocupada.

—León, amigo, no sé de qué hablas —contestó, aún atrapado en esa modorra que, viniendo de él, ya era habitual—. Aquí todo está bajo control, ya sabes cómo me manejo.

Tomé aire, intentando mantener la calma mientras escuchaba su respuesta indiferente.

—No, Steve. Esta vez no tienes nada bajo control. Un video comprometedor de un cliente tuyo ha terminado en manos de una abogada con el ego inflado, convencida de que está a un paso de destruir mi caso.

Hubo una pausa, y pude casi imaginar cómo sus ojos parpadeaban al otro lado del teléfono. Steve parecía despertar poco a poco, captando la seriedad de la situación.

—Espera… ¿qué video? ¿Y qué abogada?

—El video en el que Lorenzo Claude, mi cliente, está muy entretenido con tus dos "rubias de confianza". Este video la abogada de su mujer ahora tiene en sus manos y piensa usarlo en mi contra. No sé si tú hiciste una concesión o simplemente alguien se coló en tus archivos, pero más vale que tengas una buena explicación.

Escuché cómo Steve tragaba saliva al otro lado de la línea.

—No... no puede ser —repitió Steve, y esta vez su voz había perdido todo rastro de somnolencia—. Mira, León, nadie se cuela en “Ilusión” sin que yo lo sepa. Y mucho menos alguien con intención de sacar información de esa naturaleza. Las grabaciones están guardadas bajo doble seguridad, y soy el único que tiene acceso.

Apreté los párpados, contando hasta tres para no estallar.

—Pues parece que hay una grieta en tu sistema, Steve. Fontaine no va a soltar esto, y me va a costar más que una simple molestia su sonrisa triunfante. Necesito que me des la lista de los clientes que estuvieron en el club ese día.

—Eso no es posible, León. Sabes perfectamente que es información confidencial, y si alguien descubriera que…

—¿Confidencialidad? —lo interrumpí, con el tono ácido—. ¿De qué confidencialidad hablas si los videos de tus clientes están a un paso de salir en redes sociales?

Escuché cómo Steve respiró hondo al otro lado de la línea, claramente sin saber qué responder.

—Está bien, yo mismo revisaré la lista de invitados de esa noche y veré si encuentro algo extraño. Solo dime: ¿qué día fue? —dije con tono apretado.

—Déjame verificarlo —respondí sin rodeos, y corté la llamada sin más preámbulos.

Exhalé con fuerza, dejando escapar el enfado acumulado. Lo último que necesitaba era ver la sonrisa triunfal de Fontaine otra vez. Con el teléfono aún en mano, marqué a Lorenzo, que contestó de inmediato, sin sospechar lo que se le venía.

—Lorenzo —dije, cuidando de sonar neutro—. Necesito que respondas con honestidad: ¿cuándo fue la última vez que fuiste a “Ilusión”?

Al otro lado de la línea, Lorenzo quedó en silencio unos segundos, y luego soltó una risa nerviosa.

—Eh… León, amigo, eso fue hace ya bastante… Ni me acuerdo, la verdad.

—¿Seguro? —insistí con un tono tan impasible como podía—. Porque la abogada de tu esposa parece tener un video que indica que tu visita fue más reciente de lo que dices. Y, en el video, no pareces muy solo… estás con dos rubias, y por lo visto, hicieron una impresión tan irresistible que te hiciste olvidar los pantalones.

Del otro lado, escuché el trago seco de Lorenzo antes de que se apresurara a justificarse.

—Escucha, León, no es lo que parece. Fue una salida inofensiva, solo unas copas… un par de tragos de más, ya sabes cómo es. Te lo juro, fue algo aislado, ni siquiera duró mucho…

—¿Cuándo fue eso? —insistí, con voz afilada.

—Hace dos semanas… el viernes.

—¿¡Dos semanas?! —perdí la paciencia—. Mi padre te advirtió que evitaras meterte en problemas. ¿Te costaba tanto mantener tu "amigo" bajo control al menos hasta el juicio?

—Yo pensaba que allí tenía todo controlado —respondió Lorenzo, en tono débil, como si esas palabras pudieran salvarlo.

—¿Controlado? —repliqué, mordaz—. Pues fíjate qué bien te salió. Ahora tenemos a la abogada de tu esposa con pruebas en la mano y oliendo a victoria.

Colgué antes de que pudiera empezar a balbucear excusas y me quedé allí, mirando el teléfono, pensando en los siguientes pasos. Me esperaba una jornada larga, y la última imagen que necesitaba en mi cabeza era la sonrisa de Fontaine cuando descubriera que este desliz iba a costarnos más caro de lo que Lorenzo había imaginado.




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