León.
No entendí lo que me ocurrió cuando, sin pensarlo dos veces, acorralé a Diana en ese baño asfixiante y maloliente. Mi reacción hacia ella me desconcertaba por completo. Era como si una parte de mí quisiera herirla, burlarme de ella, agitarla hasta el límite. Quería verla enojada, porque cuando lo estaba, resultaba fascinante. Su furia era un espectáculo delicioso: sus mejillas se encendían con un rubor brillante, unas finas arrugas se dibujaban alrededor de sus ojos entrecerrados, la punta de su nariz se levantaba junto con la barbilla, y su labio superior temblaba como si retuviera una réplica afilada lista para estallar.
Me di cuenta por primera vez de ese magnetismo el día que irrumpió en el restaurante, despeinada, sofocada y furiosa, con veinte minutos de retraso. Su enojo era palpable, casi contagioso, y se intensificó cuando descubrió que yo, por puro azar, había sido el culpable de su tardanza. Fue entonces cuando lo vi: el despliegue de emociones que atravesaba su rostro como una tormenta eléctrica, cada una más viva y auténtica que la anterior.
¿Pero qué era lo que realmente me atraía de ella? A simple vista, no tenía nada fuera de lo común. Era una mujer corriente, del tipo que se cruza contigo todos los días y a la que no mirarías dos veces. No era un ícono de belleza que hiciera girar cabezas, ni una femme fatale que destilara peligro y seducción. Pero había algo en su esencia que me atrapaba sin remedio. Quizá eran esos ojos, normalmente ahogados en cortesía profesional, pero que escondían una fuerza indomable y una pasión arrolladora. O tal vez esos labios, familiares y desconocidos al mismo tiempo, como si llevaran grabada una historia que yo ansiaba descifrar.
Pude haber persuadido fácilmente a Claude para que hiciera las paces con su esposa. Le habría explicado que era más sensato pagar una pequeña suma y evitar el desgaste emocional y financiero de un largo juicio, especialmente cuando ese desgaste también repercutiría en mis honorarios. Pero no lo hice. No quise. Una absurda necesidad de verla un poco más, de medirme con ella, de tirar de sus hilos y disfrutar del espectáculo de su carácter en pleno despliegue, me llevó a convencer a Lorenzo de que la victoria estaba de nuestro lado.
No era solo profesionalismo, ni estrategia. Era ella. Su caos, su fuego, su forma de sacudirme el mundo con su mera presencia. Y eso me bastaba para seguir buscando una excusa para enfrentarla, incluso cuando sabía que era un juego peligroso.
Cuando invité a mi primo a un bar para discutir los problemas de su futuro matrimonio, jamás imaginé que ese encuentro me llevaría a chocar con Diana otra vez. Fue como si el destino se burlara de mí al cruzar nuestros caminos. Desde ese momento, supe que tenía que arrastrar a esa felina salvaje hasta mi cama, por mucho que me resistiera a la idea de su carácter indomable.
Pero hoy, en nuestra asamblea general, el destino volvió a jugar sucio. Mi chica desaliñada estaba irreconocible. Había domesticado la rebeldía de su cabello en un moño severo y se había enfundado en un traje gris tan aburrido como profesional. Sin embargo, en ella, incluso lo monótono adquiría un magnetismo inesperado. Era imposible no notar cómo la falda ceñía perfectamente sus curvas, destacando ese trasero impecable que parecía desafiar las leyes de la formalidad. Sexy, muy sexy, aunque seguramente ella no tenía la menor intención de parecerlo. Y ahí estaba el truco: cuanto más intentaba esconderse tras ese uniforme anodino, más imposible me resultaba ignorarla.
Ella pronunció un discurso perfectamente calculado, aunque el rubor en sus mejillas traicionaba algo de emoción genuina. La Diana que tenía frente a mí no era la ratona insignificante que podrías pasar por alto en cualquier otro lugar. La Diana de hoy, bajo la presión de los muros del tribunal, se había transformado en una fuerza imparable: segura de sí misma, incisiva, y condenadamente seductora.
Nuestra confrontación no solo me intrigó, me encendió. Cada palabra que cruzábamos era un choque de espadas que avivaba un fuego en mi interior. Quería más. Necesitaba más. Y antes de darme cuenta, la había llevado al baño, arrastrándola conmigo en un impulso salvaje. La atraje hacia mí con una intensidad que me sorprendió incluso a mí. Mis labios encontraron los suyos en un beso feroz, casi salvaje, como si con él intentara reclamar algo que ni siquiera sabía que deseaba. Pero lo que realmente me dejó perplejo no fue mi impulsividad, sino su respuesta. En lugar de abofetearme, gritarme o, peor aún, propinarme un rodillazo en la ingle bien merecido, sus manos se aferraron a mi chaqueta, y me devolvió el beso con una pasión desbordante, como si hubiese estado esperando este momento tanto como yo.
Por un momento, todo dejó de importar. Mi voluntad cedió al deseo crudo y primitivo. Estaba a un paso de inclinarla sobre ese viejo lavabo tambaleante y reclamarla sin preámbulos. Lo sentí en su cuerpo, en la manera en que temblaba, pero no retrocedía, como si estuviera preparada para el abismo al que yo la arrastraba. Pero entonces, un portazo resonó, y una anciana irrumpió en el baño con una energía inesperada que nos devolvió al mundo real.
La interrupción fue suficiente para arrancarme de aquel trance. Solté a Diana, retrocediendo mientras mi respiración buscaba recuperar el ritmo. Mi mente procesaba rápidamente las palabras que debía decir, aunque mi cuerpo aún ardía por el encuentro.
—Te lo advertí. Piensa en mis palabras y en tus perspectivas. Tengo algo que podría hacer temblar tanto a Mónica como a ti, —solté con voz firme, pero la pasión que aún vibraba en mi interior les dio un peso inusual a mis palabras.
Sin esperar respuesta, salí del baño como un huracán, dejando atrás el eco de mis pasos y la promesa tácita de que este juego aún no había terminado.
¿Qué demonios me está haciendo esta mujer? ¿Por qué logra sacarme de mis casillas con cada palabra, cada mirada? Es como si estuviera tallada en un material que no puedo penetrar, y eso me irrita aún más. ¿Cuál es su secreto? ¿Por qué, cada vez que estoy cerca de ella, siento que me convierto en un idiota, incapaz de manejar mi temperamento?
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Editado: 22.12.2024