Diana.
En algún momento, me dejé llevar por completo. La música, las luces y la atmósfera parecían envolverme como una ola. Pero cuando giré la cabeza para buscar a Sandra, no la encontré. Me detuve un momento, tratando de localizarla entre la marea humana, y al girar hacia el bar, allí estaba: en animada conversación con Arthur, un conocido de León. Mi primer instinto fue agacharme y reptar hacia la salida como una agente secreta en misión fallida. Pero entonces lo vi claramente: León no estaba con ellos. Exhalé un suspiro aliviado.
—¿Está cuidando de mí, señorita Fontaine? —La voz llegó con un aliento caliente que rozó mi sien. El escalofrío fue inmediato.
Me giré de golpe, solo para toparme con unos ojos demasiado familiares.
—¿Señor Marchand? No esperaba verte aquí, —respondí, dando un paso hacia atrás. Error. El retroceso me hundió directamente en la masa sudorosa y vibrante de la pista de baile.
Él me observaba con esa mezcla de altivez y diversión que siempre me sacaba de quicio.
—Un lugar un poco ruidoso, ¿no crees? —continué, intentando recuperar algo de dignidad—. No es el tipo de ambiente para snobs arrogantes como tú. Aunque... —le lancé una mirada de soslayo— tu intromisión en mi espacio personal ya no me sorprende. Es casi predecible.
León no se inmutó. De hecho, parecía más entretenido que nunca.
—Entonces, ¿tal vez pueda sorprender a una chica como tú con algo más? —Su tono tenía ese toque de desafío que me hacía querer darle un rodillazo.
—¿Bailamos?
Antes de que pudiera negarme o huir con cualquier excusa, sentí su mano en mi espalda baja. No preguntó, no pidió permiso. Fue una declaración en forma de contacto. Con un movimiento decidido, me acercó a su pecho.
Todo en su forma de moverse era hipnótico. La música seguía su ritmo, no al revés. Su cuerpo estaba en total control, y el mío… también. Intenté resistirme, pero cada medida que daba me hacía más consciente de lo malditamente bien que lo hacía.
Había algo en sus palabras, en su tacto, que era inquietantemente familiar. No solo por lo que había pasado antes, sino por cómo lograba que toda mi defensa se tambaleara con un simple movimiento. Y allí estábamos, en medio de la pista, atrapados en un baile que no había planeado, pero que tampoco parecía capaz de detener.
La sensación de déjà vu me golpeó como un tren. Esa conexión casi visceral, ese aroma que reconocía y esas caricias... Demasiado familiares. Pero, ¿qué tan común era esto? ¿Cuántos hombres en esta ciudad usaban ese perfume? ¿Cuántos sabían moverse con esa arrogancia controlada? Miles, quizás millones. Esto tenía que ser una coincidencia. Mi mente estaba jugando trucos, mezclando recuerdos del beso en el baño con el caos de la pista de baile y la oscuridad cargada de electricidad estática.
Pero mi cuerpo no entendía razones. Respiré su perfume, me apreté aún más contra él, y entonces lo sentí. Una dureza evidente presionaba contra mi estómago. "¡Hijo de puta! ¡Tiene una erección y ni siquiera intenta disimularla!" Mi mente gritaba mientras mi cuerpo ardía de vergüenza e incomodidad. Peor aún, sentí cómo sus caderas se movían deliberadamente contra las mías, y sus manos rozaban la piel desnuda bajo mi top.
—Eres tan suave y deliciosa —murmuró al oído, su aliento cálido enviando un escalofrío por mi cuello. Sus labios húmedos trazaron una línea ardiente por mi pómulo, y yo contuve el aliento.
Y entonces, como si no estuviera ya lo suficientemente indignada, añadió con voz seductoramente cruel:
—¿Crees que tú te quedarás ilesa después de nuestra "estrecha colaboración"? A mí me darán una palmada en la muñeca, pero a las mujeres... a las mujeres se les juzga mucho más severamente.
La indignación me subió como lava.
—¡Idiota! —grité, sin importarme las miradas que esto pudiera atraer. Intenté apartarlo, empujar su pecho, liberarme de su agarre. Pero era como intentar escapar de una trampa pegajosa: cada movimiento me hacía más consciente de su proximidad, su fuerza, su calor.
—¡Suéltame, monstruo! —gruñí, desesperada por salir de esa situación humillante.
León, sorprendido por el insulto, aflojó el agarre lo suficiente como para que pudiera deslizarme de su control. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia la salida como si mi vida dependiera de ello, el corazón latiendo a un ritmo frenético y la furia burbujeando en mis venas.
Justo cuando pensaba que estaba libre, un chico apareció de la nada, bloqueándome el paso con una sonrisa deslumbrante y demasiado segura. Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi mano y me atrajo hacia él.
—¿A dónde vas con tanta prisa, bella? —preguntó, sus palabras rezumando confianza—. La noche apenas comienza.
"¡Genial! ¡Ahora soy un imán para imbéciles!" pensé mientras evaluaba mis opciones de escape.
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Editado: 22.12.2024