Diana.
La noche había sido mágica, un refugio en medio de un torbellino de emociones. Las caricias de León despertaban en mí un fuego visceral, algo que mi mente no podía ni quería controlar. Detrás de la máscara que solía usar para protegerme, no había intención alguna de detenerlo. Sin embargo, lo que realmente coronó la experiencia fue la dulce ternura de la mañana: despertar con sus suaves besos y el inconfundible aroma del café recién hecho que llenaba la habitación.
—Despierta, mi bella durmiente —susurró León cerca de mi oído, con esa voz grave que tenía el poder de desarmarme. Su sonrisa irradiaba una calma que contrastaba con el caos que llevaba dentro—. Ve a darte una ducha mientras preparo los bocadillos.
—No tengo queso —respondí con una sonrisa somnolienta, estirándome bajo las sábanas.
—Lo sé. Siempre tienes problemas con el aprovisionamiento, pero ya me encargué de todo. —Besó mi frente con dulzura, como si ese simple gesto pudiera resolver cualquier problema.
Reí suavemente, pero justo cuando me levantaba de la cama, el teléfono vibró sobre la mesilla de noche, rompiendo el hechizo. Al ver el nombre de mi jefe, una punzada de ansiedad recorrió mi cuerpo. Virchow no llamaba sin motivo, y mucho menos cuando él mismo me había dado una semana para descansar.
—Sí... estoy escuchando —contesté, esforzándome por sonar profesional mientras intentaba mantener la compostura.
La voz de Virchow llegó tensa y cargada de una urgencia poco común.
—¿Qué está pasando, Diana? —inició, directo y con una inquietud que no solía mostrar—. Prometiste no abandonar este caso, y ahora me entero, por terceros, que Mónica Lebski se reunió anoche con Claude.
Fruncí el ceño, sorprendida y molesta a partes iguales.
—¿Cómo que se reunieron? ¿Para qué? No sé nada de esto —respondí rápidamente, al tiempo que lanzaba una mirada inquisitiva a León, quien estaba en la cocina preparando los bocadillos, aparentando estar ajeno a mi conversación.
—Sé que estás enferma, pero es tu cliente, Diana. Tú, como abogada, deberías estar al tanto de todos sus movimientos. Especialmente si decide reunirse con su marido en la oficina del abogado de la parte contraria. ¡Eso es inadmisible! Si no podías acompañarla, al menos podrías haber mandado a tu secretaria.
Respiré hondo, conteniendo el impulso de interrumpirlo, aunque mi paciencia estaba al límite.
—No tenía idea de que planeaba algo así, y menos con tan poco tiempo para el juicio. Quedan tres semanas. ¿Por qué haría algo tan absurdo? —dije, mi tono reflejaba una mezcla de incredulidad y defensa.
—No lo sé, pero es tu trabajo averiguarlo. —Su voz se volvió cortante, cada palabra parecía un golpe directo—. Ve a hablar con ella ahora mismo. Investiga qué ocurrió en esa reunión. Puede que Claude o incluso Marchand estén manipulándola.
Con esa última orden, colgó abruptamente, dejándome aturdida y llena de preguntas. Bajé el teléfono lentamente, todavía procesando sus palabras. Mi mente zumbaba con interrogantes y una creciente sensación de alarma. Giré hacia León, quien seguía tranquilo, pero mi furia comenzó a desbordarse como un río fuera de control.
—¿Tienes algo que decir al respecto? —solté, cruzándome de brazos y con la voz cargada de acusación—. ¿Así que por esto viniste? ¿Esperabas que me olvidara de mis deberes, de lo que está en juego, entre tus manos?
León levantó la vista con calma, como si no tuviera nada que temer. Sus ojos me estudiaron con una mezcla de serenidad y cautela.
—Diana, no sé de qué estás hablando. ¿Qué ha pasado? —preguntó, su voz impregnada de una inocencia que me resultaba insoportable.
—¡No te hagas el idiota! —exclamé, alzando la voz sin poder evitarlo—. Sabes perfectamente de qué hablo. ¿Qué sabes sobre la reunión de anoche entre Mónica y Claude? ¿Tuviste algo que ver? Tú les ofreciste tu oficina y viniste a distraerme para que no me interpusiera. ¿Qué quería Lorenzo?
León dejó la taza sobre la mesa con deliberada lentitud, su expresión permaneciendo inmutable.
—Sí, Mónica llamó a Lorenzo para hablar —admitió finalmente, su voz tranquila, como si no estuviera confesando algo explosivo—. Pero no fue mi idea. Ella pidió esa reunión. Solo les proporcioné un lugar neutral para hablar.
Neutral. Esa palabra resonó en mi mente con amarga ironía.
—¿Neutral? —repetí, burlándome mientras cruzaba los brazos con más fuerza—. Nada de lo que haces es neutral, León. Cada movimiento tuyo tiene un propósito. Esto no es una coincidencia. ¡Somos enemigos, Marchand! Esto podría costarme el caso.
León se levantó con calma, acercándose hasta quedar frente a mí. Su altura y la firmeza de su presencia parecían empequeñecer el espacio entre nosotros.
—¿Enemigos? —repitió con un tono más serio, sus ojos fijándose en los míos—. Diana, escucha bien. Lo único que quiero es ser tu amante. El hecho de que seamos abogados de partes enfrentadas no nos convierte en enemigos.
Lo dijo con tal convicción que por un instante no supe qué responder.
—No todo en este caso es lo que parece —añadió, su voz volviéndose un susurro más cercano—. Y, francamente, tu jefe debería haberse asegurado de que tú tuvieras todo bajo control antes de repartir culpas.
—¿De qué demonios estás hablando? —Mi voz tembló ligeramente, no de miedo, sino de la presión de todas las emociones contenidas.
—No puedo decírtelo todo... todavía. Pero te lo advierto: no te dejes llevar solo por lo que parece.
Sus palabras eran suaves, pero se sentían como un golpe directo. Quise preguntarle más, exigirle respuestas, pero sabía que no podía perder más tiempo. Si quería salvar este caso —y a mí misma—, necesitaba ir directo a la fuente.
—Voy a hablar con Mónica ahora mismo —dije con determinación, girándome para recoger mi abrigo y mi bolso—. Pero escucha esto, León: si descubro que estás involucrado en esto, no me importa lo que haya entre nosotros. Lo voy a exponer, cueste lo que cueste.
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Editado: 22.12.2024