Comandante

historia

Sólo quedaron ruinas tras él....

Casas sin tejados, como cráneos con la parte superior arrancada por una espada, ventanas sin cristales, como cuencas oculares vacías y ensangrentadas. Puertas arrancadas de sus goznes como bocas abiertas en un último grito. Había visto cientos y miles de muertes. Pero todas estas montañas de cuerpos mutilados no despertaban compasión en su alma. Sí, morían bajo sus órdenes, pero sólo porque él sabía mejor que nadie cómo encontrar el camino de la victoria, con las menores pérdidas. Y cada uno de ellos tomó él mismo las armas. Impulsado por la excitación y el eterno deseo de un hombre de beneficiarse a costa de otro... Por eso, mirando los destrozados, apestosos y repugnantes restos humanos, nunca se arrepintió de haber sido el causante de todas esas muertes prematuras. Qué se le va a hacer: los tipos habían apostado a la carta equivocada, y el comodín le cayó a otro. Tomaron sus propias decisiones, y nadie dudó. Tampoco sus compañeros supervivientes se arrepienten de su elección.

Otra cosa son las viviendas destruidas. Es peor que las mujeres deshonradas o los niños pisoteados. ¿Por qué deberían sufrir? Y él, que con un gesto podría haber enviado a cientos y cientos a la muerte o haberles dado la vida, no hizo absolutamente nada para salvarlos. A pesar de que con cada casa destruida, con cada iglesia quemada, sentía que su alma se marchitaba. Cómo inevitablemente, paso a paso, la humanidad ordinaria se iba alejando.

Casas, chozas y cabañas que daban cobijo a cualquiera que lo necesitara, sin dividir a la gente en malos y buenos, justos o pecadores, ladrones o víctimas, - en terribles convulsiones, gimiendo y suspirando, se retorcían y desaparecían entre las llamas. En las llamas, extendidas por manos que exteriormente no diferían de las que pusieron los cimientos y levantaron los muros....

El caballo resopló descontento y tiró de la brida, intentando cambiar del paso de desfile a un trote más familiar, pero el jinete no tenía prisa, así que sujetó al caliente semental con el trensele. La forma en que hay que retroceder para alejarse es muy distinta del cursus honum* y no despierta en el alma una impaciente expectación.

A lo largo del camino los campos brotaban, inclinándose ante los transeúntes con el grano maduro, como si trataran de recordar a la gente que ya era hora de pensar en el pan de cada día. En vano... Y aquellos miles de hombres que viajaban hoscamente hacia el oeste, y los que los alcanzaban desde el este, estaban ahora preocupados por una pasión diferente. Era como si todos hubieran renunciado a la comida y a las preocupaciones del mundo. Y al mismo tiempo - y de toda la luz de God.....

Estaba entre los suyos, los más fieles, los más fiables y en los que más se confiaba, pero se sentía abandonado, y comprendía perfectamente de dónde procedía este desagradable sentimiento. Antes, los guerreros le habían seguido hasta la muerte con facilidad y sin quejarse, sabiendo que él les conduciría a la victoria. E incluso ahora, en retirada, no dejaban de creer que su genio militar podría superar el fracaso, y entonces las carteras de los soldados volverían a sonar con monedas de oro, los platos se llenarían de sabrosa comida y las petacas de buenos vinos. Los mostachones, curtidos en sus campañas, daban por sentadas las penurias actuales. Hacía tiempo que se decía de su destino: a la guerre comme a la guerre*... Y aunque esta creencia aún no había sido disipada por el malvado destino, los guardias no dudaban en obedecer cualquier orden. Incluso sonrió, comparando al ejército con un semental. Un animal fuerte y corpulento que ladraba obedientemente al menor movimiento de las riendas o las jarreteras, pero ¿intentar acercarse sigilosamente por detrás y asustarlo...? Incluso se estremeció cuando los cascos relampaguearon en su imaginación.

Y ahora, sentado en un caballo de guerra en medio de diez mil soldados de la vieja guardia leal, sirvientes y compañeros oficiales, estaba solo, como un ermitaño en el desierto a solas con Dios. Con la única diferencia esencial de que la conciencia de un ermitaño es mucho más pura, y no está cargada con miles y miles de muertes, destinos destrozados y... viviendas destruidas.

Tampoco comprendía a los que le habían alcanzado desde el este. Simpatizaba, perdonaba, pero ni siquiera profundizaba en ello. Aunque, prejuicios aparte, había verdad y honor en sus acciones. ¿Y qué si su ejército les trajo la libertad de la servidumbre, la ilustración y una vida mejor, si todo eso no encajaba en su sistema de valores? ¿Cómo decir: «No se puede hacer dulce a un hombre por la fuerza»? Aunque sus pensamientos sean puros y sus deseos nobles. Un amo malo, pero propio (para un plebeyo) es más claro y mejor que un desconocido, del que no se sabe qué esperar....

Un ruido inesperado invadió sus pensamientos, un instante antes de que el ayudante tocara delicadamente su estribo.

- ¿Qué? -dijo, como disparado, desalentando al instante el deseo de molestarle con nimiedades.

- Un espía, monseñor -el joven oficial hizo una leve reverencia.

Recordaba su rostro, pero, como cortado, había olvidado su nombre... Muchos de ellos, los jóvenes, habían sustituido a los anteriores, probados por campañas y victorias comunes. Aún ardientes, temerarios, confiando sin reservas en la fuerza de su ejército. Ansiosos de batalla.

- ¿Qué otro espía podía haber en las filas de los vencidos? - Se crispó la mejilla con desdicha y quiso darse la vuelta, pero los guardias ya arrastraban hacia él a un hombre desaliñado y humeante con las ropas quemadas de un próspero campesino.




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