Comenzar de nuevo

3. El destino todo lo acomoda

Siento las suaves manos de alguien tratando de despertarme; las conozco a la perfección, ya que son las mismas que me han llenado de caricias durante muchos años, las mismas que me han hecho ver las estrellas y aquellas que me sostienen para no caer, aquellas que se unen a las mías para caminar siempre juntos.

—Despierta, mi amor —me susurra en el oído y yo prefiero seguir haciéndome la dormida, para que me siga consintiendo, hacer de cuenta que nada pasa y que siempre va a ser así. Necesito atesorar cada momento, porque sospecho que no van a estar más.

Pensé que tal podía estar enojado, pero al parecer me equivoqué. Este hombre que duerme a mi lado y que me envuelve con su cuerpo, es el ser más paciente del mundo, jamás lo he visto enojado más de un par de horas. Hemos basado nuestro amor en hablar para poder resolver nuestras diferencias.

Bueno, no tanto, porque yo soy la que siempre termina guardando aquello que no quiero contar, a pesar de que ha estado insistente, prefiere salir a caminar y al volver deja el tema por la paz. Antepone nuestra relación a su insistencia por conocer la verdad. Eso sí, soy consciente de que esto no es vida, que tarde o temprano tengo que sacarnos de la burbuja en que vivimos para enfrentarnos a la realidad.

—Descansa un momento conmigo. —le pido con voz de súplica, quiero seguir sintiendo su calor, seguir sintiendo lo mucho que me ama.

—Los niños ya están aquí y no podemos.

Me incorporo enseguida y camino hacia la cocina para encontrarme con mis dos bebés, mis pequeños, aquellos que llegaron cuando fue necesario, ellos que vinieron a complementar el amor que nos teníamos. A pesar de que tenía mis dudas, al final son lo mejor que pudo llegar a nuestra vida y jamás me arrepentiría de traerlos al mundo.

—¡Mami! Hemos cocinado papá y yo —grita con emoción la pequeña Sally, mientras que Dante manosea el postre que han hecho.

—¡Dante! —lo reprendo—, espero que te hayas lavado las manos.

Levanta las manos en señal de sentirse descubierto y me dedica una sonrisa para que no siga regañándolo. No es la primera vez que se mete a la cocina y sus manos terminan más sucias que al inicio.

—Claro que sí, me lave las manos.

Entre las pequeñas discusiones terminamos de poner la mesa y al final nos sentamos a disfrutar de los deliciosos alimentos que nos han preparado.

En la conversación, los niños insisten en ir a aquel sitio al que vamos cada vez que quieren alguna hamburguesa, estando como estamos no soy capaza de negarles nada. Al escuchar mi afirmación, los más felices son ellos.

Por la noche y en la soledad de nuestra habitación, Daniel me mira, aún puedo ver un atisbo de molestia y soy consciente de que se debe al encuentro que tuvimos en la mañana.

—No le des más vueltas, estos es lo que somos y con eso debes de quedarte. —Trato de hacerlo entrar en razón. Esto que vivimos lo comparo con corral, él se trata de escapar y siempre busco la manera de regresarlo porque este es nuestro refugio; es nuestro lugar seguro.

—¿Sabes?, últimamente he tenido más pesadillas de las que comúnmente tengo y todo parece tan real que me da miedo, además de que siempre despierto con la misma sensación —me cuenta sus temores y no soy capaz de articular palabras, mis pesadillas o recuerdos también se han vuelto constantes. Tal parece que nuestro inconsciente nos quiere gritar algo.

—¿Y si cambiamos de aires?, podemos buscar una nueva ciudad donde vivir.

—No —responde rotundo—. Necesito respuestas y si no las voy a encontrar contigo, iré en busca de ellas. —El modo en que lo dice es con tal seguridad que el pánico comienza a invadirme e incluso, el aire me falta.

Casi nunca hago esto, pero es o mejor; camino al baño sin dirigirle más la palabra, cierro con seguro y preparo la tina para relajarme. Lo sé, soy una cobarde que está huyendo del mundo para no enfrentarlo, pero mi instinto me sigue gritando que me prepare porque muy pronto voy a tener que dar explicaciones.

Salgo del baño cuando ya mis dedos están arrugados y el agua deja de estar caliente para mi gusto. Me envuelvo en una toalla y después de hacer todo lo que hago cada noche y ponerme cómoda para dormir; regreso a la habitación.

Mi esposo duerme profundamente.

Me acurruco junto a él, hago que sus brazos me rodeen y me envuelva en su calor. El presentimiento de que muy pronto no voy a poder disfrutar de esto, me hace derramar una lágrima.

—Te amo, Daniel y siempre va a ser así.

Su calor poco a poco me relaja hasta que me quedo dormida y otra vez vuelven las pesadillas.

 

Flashback

Mientras nadie me ve, deposito los polvitos mágicos en las bebidas que están por tomar. Ellos confían en mí y se lo toman sin sospechar.

Pasado el tiempo comienzan a bostezar, esa es mi señal. De pronto un hombre que desconozco se acerca para ayudarme, como un buen samaritano, aunque solo yo puedo saber que ayudar es lo que menos desea.

Salimos y un coche nos espera. Los hombres se encargan de subirnos sin que nadie repare en nosotros, se suben junto a nosotros manejando hasta aquella casa.




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