Comenzar de nuevo

8. Poco a poco

Una eternidad más en el hospital, al fin hoy puedo volver a casa. Nadie más vino por mí más que mi esposo, mismo que me lleva entre sus brazos para entrar a nuestro hogar, como si fuéramos recién casados.

—¡Sorpresa! —Se escuchan varias voces, lo que hace que abra los ojos, lo más grande que se pueda. La verdad es que no me esperaba esto.

La sorpresa que mis hijos han preparado para mí es de los mejores regalos que me pueden dar. Puedo ver a Sally y Dante sostener un cartel en sus manos con las mejores palabras que le puedes decir a alguien que estuvo durmiendo durante mucho tiempo: bienvenida a la vida. Es verdad, he vuelto a renacer, he vuelto para vivir a plenitud. Nadie que no haya vivido esto, puede saber la experiencia de sentirse vivo.

Hacen que me siente en el sofá y enseguida enciende la TV, en donde proyectan una serie de imágenes que representan a mi familia. Las primeras son de aquellas que nos tomamos en cuanto salimos del hospital, el día en que se convenció de que era mi esposo y así de cada lugar en el que habíamos estado. Recuerdo que pedíamos a quien fuera que nos tomara una foto que se guardaba en el álbum familiar. Siempre salíamos sonrientes y ahora que las vuelvo a ver, puedo ver en nuestras miradas, en las facciones, en las sonrisas, que de verdad nos amábamos, nos seguimos amando y lo seguiremos haciendo hasta el fin de nuestros días, tal como él lo ha dicho.

Con el paso del tiempo se me ve embarazada, después el parto y la familia se extendió. De pronto un día fuimos cuatro y esa familia llegó a complementar aquello que no sabía que me faltaba. Cada imagen expuesta es la demostración del amor que abunda en nuestro hogar. Además de ser para mí, es también una muestra a aquellos que todavía tenían duda de mi palabra.

Cuando se termina, más de uno está llorando y los aplausos no se hacen esperar. Mis ojos ahora se encuentran puestos en cada uno de los presentes. Algunos me miran con lástima, algunos con amor y otros tantos, con rencor. Sus padres se encuentran aquí y al parecer es momento de contarle todo.

—Será cuando estés lista, no te sientas presionados, por mis padres. Ellos saben lo que pienso y tendrán que esperar por respuestas. —Me dice mi esposo cerca del oído para que pueda escucharlo solo yo.

—Me siento observada. —No miento, desde donde quiera que estén, puedo sentir su mirada, esa que se vuelve un arma contra mi razonamiento.

—Aprenderás a conocerlos, ahora que puedo recordar todo, somos así; unidos. El amor que existe en la familia es lo más fuerte que pueda existir, y si a alguno le hacen daño, nos lo hacen a todos. Eso no debe de darte miedo, poco a poco irán aceptándote en mi vida.

No sé bien si sus palabras me tranquilizan o me causan miedo, el detalle es que me sigo sintiendo incómoda con su presencia. También sé que es temporal y que, en cuanto todo quede aclarado, ellos tendrán que aceptar que su hijo me ama, a pesar de todo.

La fiesta de bienvenida se vuelve un caos con tanto niño, resulta que de ser cuatro, ya somos muchos; sobrinos, cuñada, cuñados, suegros y algún otro colado. Resulta que nunca imaginé tener una familia tan numerosa y puedo decir que me gusta, me da miedo, pero se siente bien.

—Ya es hora. Tarde o temprano tengo que hacerlo y nunca será un buen momento. —Daniel, me mira sorprendido sin entender de qué hablo—. Es momento de hablar.

—Llevaré a los niños a la habitación, te dejo en buenas manos. —Lo conozco perfectamente como para saber que su intención es que nos conozcamos y no puedo saber que tan buena idea sea eso.

Mis pequeños se acercan y se despiden con un beso. Todavía me encuentro convaleciente y eso me impide que pueda cargarlos y hacer movimientos bruscos. Permanezco sentada a la espera de que empiece el juicio orquestado por la familia al cual le causé daño.

Mi esposo desaparece tras la puerta y en el instante en que lo hace, todo queda en absoluto silencio. Ya los demás niños duermen en alguna habitación, en lo que los adultos se encargan de hacerme hablar. Solamente quedan aquí, los hermanos de Daniel y sus padres.

—Ya hemos escuchado a mi hijo decir infinidad de veces lo mucho que se aman; sin embargo, queremos saber tu versión, queremos escucharte para terminar de decidir si confiamos en ti o no. —Rompe el silencio, Fernanda; mi suegra.

—Es importante que sepas que el dolor de saber perdido a uno de mis hijos es la peor experiencia que un padre puede llegar a vivir, sobre todo por saber que mi esposa estaba peor que yo. Tuve que ser fuerte para darle fortaleza a ella, y eso es algo que provocaste tú. —Elián me señala, con los ojos cargados de furia y dolor—. Quiero cumplir la promesa que le hice a Daniel, de no juzgarte más, pero también quiero que quede claro mi punto. —Su padre es enérgico en sus palabras, detrás de ellas se puede escuchar al padre amoroso y también al esposo que antepone sus necesidades a las de la familia que ama, sin dejar de mostrar lo que siente.

—Los entiende y espero que algún día puedan perdonarme por completo el haberles robado años de su hijo Daniel.

—Mi hermano no merecía estar lejos de nosotros, así como nosotros sin él —menciona su hermana, esa que parece que todo el tiempo es demasiado seria. Sol es la que más se parece a su padre, además de que siguió sus pasos, ahora siendo la presienta del grupo Torres, incluso en el carácter son casi iguales.




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