Capítulo # 1
En Grecia.
—Buenos días, princesa —habló Hera, una mujer de cabello castaño y ojos verdes, acercándose a su hija y dándole un beso en la frente.
—Buenos días, mamá —respondió Helena sonriente.
—Buenos días, princesa —habló su padre acercándose a ella y dándole un beso en la frente—. ¿Y cómo amaneciste?
—Muy bien —contestó emocionada—. ¿Y qué haces aquí?
—Mamá y yo —dijo él acercándose a su exesposa—. Regresamos —le anunció sonriente.
—¡Helena! —grito Hera desde la cocina—. Es hora de comer.
Helena abrió los ojos lentamente y notó que no se encontraba ni su padre y menos su mamá, se sintió triste. Hace unos años perdió la oportunidad verlos sonreír como antes y decirse cosas lindas, aún recordaba, cuando sus papás se besaron por última vez, bajó de la cama y se fue asearse.
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Unos minutos después.
—Hola, mami —habló ella sonriente y mirando a su madre que últimamente había cambiado mucho en los tres años que se encontraba divorciada, ahora llevaba el cabello largo y no corto como cuando nació ella, y su cuerpo era aún más delgado que cuando se divorció de su padre.
—Hola, mi pequeña —dijo Hera alegremente y colocándole el desayuno—. Tu padre llamó y me pidió que te dijera que no podía venir por ti, tengo que llevarte a su departamento.
—Está bien —contestó sin ánimo—. Pronto será Navidad —murmuró triste.
—Lo siento, amor —dijo Hera acercándose, se sentía mal. Porque Zeus algunas veces no podía estar con ellas, ya que estaba comprometido con Briseida—. Sabes qué, papá tiene una novia y ella también lo necesita.
—Sí, ustedes no sé hubieran divorciado —le reclamó entre lágrimas—. Yo, fuera una niña más feliz.
—Hija —dijo ella dolida—. Perdóname, por no ser los padres que mereces.
—Sí, son los padres que merezco, los quiero juntos —pidió Helena alterándose—. ¡Los quiero juntos! —exclamó, para salir corriendo.
En eso el timbre sonó.
—Ya voy —dijo ella acercándose a la puerta, abriéndola—. Zeus —lo miró asombrada, ver a ese hombre tan guapo.
—Hola, sé que te asombra mi visita. Necesito platicar contigo, sobre Helena —comentó él entrando.
—Pasa —lo miró con extrañada.
—Ya lo hice —le dijo Zeus con sarcasmo.
—A eres tan odioso —murmuró molesta.
—Es una virtud —le recordó sentándose en el sofá, como si fuera su departamento—. ¿Y mi niña?
—Dejó el desayuno a la mitad, por una rabieta —le informó—. Digna hija tuya.
—Es una Dimou —le aclaró orgulloso—. Es la pequeñita de papi, tengo hambre. ¿Qué tienes para desayunar?
—Ahora sé por qué me divorcie de ti —dijo Hera furiosa—. Pídele a Briseida que te cocine.
—Ella es una mujer muy ocupada y tú no haces nada —le respondió Zeus sonriéndole y observó lo frenética que estaba su exesposa, le encantaba verla rabiar, porque sus ojos verdes brillaban más de lo normal—. En serio, ¿qué hay de comer?
—Panquecas con miel de abeja y jugo de naranja —le contestó Hera mirándolo de reojo.
—Perfecto —dijo Zeus levantándose y sentándose en la silla—. Buen provecho.
Hera dio un largo suspiró y se dirigió a donde se encontraba él.
—Habla —le exigió, sentándose en la silla disponible.
—Le pediré a Briseida que sea mi esposa, en Noche Buena —le informó.
—Qué bien —habló disimulando su dolor—. Me parece perfecto.
—Necesito que me ayudes, para que Helena lo acepte bien —le comentó preocupado—. Sabes que la opinión de mi princesa, es muy importante para mí.
—Claro que lo sé —habló ella seria, desde que su hija nació se volvió el mundo para Zeus, y dejándola a ella a un lado, lo entendía en cierto punto porque cuando, ella salió embarazada tenía diecinueve años y el veintinueve, para muchos fue un escándalo saber que le llevaba diez años, lo amaba y él solo la tenía por diversión, al enterarse de su embarazo, Zeus no lo pensó dos veces y se casaron a la semana, nada era para siempre. Al gritarle que nunca la amo y que se casó con ella por su hija. Fueron las palabras mágicas para divorciarse, su familia no la apoyó, pero la familia de Zeus sí. Ya que no lo consideraban parte de la familia, por no ser una mujer de alcurnia—. No prometo, nada. Sabes que tiene un carácter difícil, es una DIMOU.
—A veces pienso, ¿qué hice mal para que te separaras de mí? —le soltó Zeus dolido, aun Hera no le había dicho por qué se divorció de él, solo recordaba con amargura que le envió los papeles del divorcio y él los firmó sin preguntarle nada.
—Zeus. Por favor —le pidió Hera suspirando, mirando al rubio—. Ya estamos divorciados y no pienso hablar esto contigo.
—Me has hecho falta —le confesó con sinceridad—. Ustedes dos me hacen falta.
Aquella revelación la dejó atónita, cuando le iba a responder salió Helena.
—¡Papi! —exclamó la pequeña, emocionada—. Te amo, te amo mucho.
—Yo te amo, mucho más —aseguró el feliz, agarrando a su pequeña y sentándosela en sus piernas.
—Papá te extraña tanto.
—Yo también.
—Sabes. Quiero qué pases, la Noche Buena con nosotras —le pidió feliz—. Anda papi —haciéndole una carita tierna.
—Por supuesto que sí —aceptó Zeus dándole un beso en la mejilla—. Todo lo que pida mi niña, lo cumpliré.
—Por eso te amo —le dijo alegremente.
—Por eso, que ella es así —habló seria Hera—. Es una niña muy malcriada, come.
—Mamá —haciendo caras—. Más tarde.
—No señorita —dijo Zeus con autoridad—. A comer. Hazle caso a mamá —le sugirió serio—. Hera tiene razón, tienes que comer y ser una niña sana.
—Está bien —dijo Helena levantándose para sentarse a comer en su sitio.
—Se quedan en casa —anunció Hera alejándose de ellos dos y tomando su bolso—. Ya tengo que irme, Helena pórtate bien con la tía Clío y con tía Fedra.
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Editado: 26.05.2023