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Capítulo # 7

Capítulo # 7

En la mansión Dimou.

—Vamos al despacho —dijo Zeus mirando a Briseida y alejó a su hija—. Ahora vengo —alejándose y Briseida lo siguió.

Al entrar al despacho.

—¿Qué significa esto? —preguntó furiosa Briseida.

—Regrese con Hera, ahora soy su pareja nuevamente —le informó. 

—¿Y yo? —le preguntó dolida—. Acaso no te importó.

—Briseida, por favor —dijo él mirándola con seriedad—. Nunca te ha importado esta relación, más de una vez te vi largarte con otro hombre y sin importarte nada, ahora vienes con el cuento que quieres que crea que me amas.

Briseida se puso frenética, no lo amaba, pero era su mayor capricho, estar con él era tener un estatus en la sociedad, estar con Zeus Dimou aseguraba un futuro muy prometedor.   

—No quiero dejarte —le aclaró ella.

—Lo siento —habló Zeus serio—. Te quiero fuera de mi vida.

—Te arrepentirás —le dijo airada y saliendo del lugar, cuando lo hizo se topó con Kairós.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—¡Su hijo es un maldito! —exclamó ella dirigiéndose a la puerta principal y golpeándola con fuerza al salir.

—Qué vulgar —dijo Kairós sin poderlo creer.

—Papá —habló Zeus saliendo del despacho—. ¿Y Hera?

—Tomó a Helena y se fue —le comunicó—. Antes de irse, me dijo; que se iría para su departamento.

—Maldita sea —murmuró él, salió corriendo para la puerta principal, al salir el cerro con fuerza.

—Qué groseros —dijo su padre asombrado.

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En la calle.

Zeus tomó su auto y subió, no estarían muy lejos. Para mayor sorpresa no las veía por ninguna parte, eso era extraño, pues no había taxis a la vista.

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En un auto.

—Gracias Sofía —dijo Hera sentada en el puesto de atrás con la Helena en sus piernas.

—De nada —respondió ella mirando desde el espejo a sus dos sobrinas y su cuñada, cuando llegó a la casa, Hera le pidió que, si la podía llevar a su departamento, como aún tenía en brazos a Ceres, a ella se le hizo más fácil llevársela y después entregársela a su hermana—. Dejándolas en el departamento me iré de compras —le comentó—. Tengo que comprar el regalo a mi amigo secreto.

—¿Y a quién le darás? —le preguntó curiosa.

—A Nora —le respondió divertida.

—Yo no puedo decirte, por qué tengo a Helena a mi lado —confesó Hera alegre—. Estoy cansadísima —le dijo—. Me duele los pies, cuando llegue al departamento me acuesto a dormir y no despertaré hasta mañana en la noche.

—Así te tendría Zeus —soltó Sofía con picardía.

—Deja —le pidió Hera sonrojándose.

—Mami —dijo Helena mirándola—. ¿Por qué nos fuimos?

Hera no sabía que responderle, no quería que su hija presenciara la actitud de esa mujer haciendo escándalo y después no saberle explicar a una niña de seis años que pasaba.

—Mami tiene que hacer muchas cosas —comentó su tía.

—Entiendo —dijo Helena con una leve sonrisa.

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Cinco minutos después.

—Gracias por traernos Sofía.

—Fue un gusto —habló ella sonriéndoles—. Nos vemos mañana —despidiéndose y arrancó.

—Papi —salió la pequeña emocionada abrazarlo.

—Hola, hermosa —dijo Zeus cargándola y notando que Hera llevaba muchas bolsas—. Déjame ayudar a tu mamá —dijo él bajándola.

—Ayúdame —Hera en súplica.

—Allá voy —dijo él quitándoles las bolsas—. Vamos para adentro.

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Los tres subieron al departamento al llegar, Hera se cambió rápidamente de zapatos y se colocó unas sandalias cómodas, siguió ayudando a Zeus.

—Hija, deberías recoger todas tus cosas, en la tarde se mudarán —le informó.

—¡Qué! —exclamó sorprendida Hera—. Quedamos que después de Navidad.

—Dentro de dos horas, la casa estará lista —le explicó—. Siempre la mando a limpiar, cada quince días, para que nada se dañe, no sé preocupen por las decoraciones que tienen, les explique que tienen que tener mucho cuidado.

—¿Desde cuánto hiciste eso? —le preguntó Hera atónita.

—El dinero mueve cualquier cosa —le explicó Zeus sonriendo—. Quiero que pasemos la Navidad en nuestra casa, así nuestra princesita sea feliz.

—¡Yupi! —exclamó Helena emocionada—. Guardaré todo —salió corriendo a su habitación.

—Vas muy rápido —habló Hera molesta—. Siento que me estás obligando y sabes que eso no me gusta.

—No pienses eso —le aseguro él agarrándola por la cintura—. Solo quiero hacer feliz a nuestra niña y también a ti.

—Espero que todo salga bien —dijo ella soltando un suspiro—. Voy a acomodar mis cosas.

—Espera, yo te ayudo —dijo él siguiéndola.

Zeus la ayudo acomodar las pertenencias de Hera.

—Oye —Zeus guardando ropa de ella—. Tenemos que casarnos.

—No —respondió mirándolo—. Creo que estás yendo muy, pero muy rápido, acuérdate que nos estamos dando una oportunidad.

—Eres mi mujer —dijo Zeus con firmeza.

—Y tú, mi hombre —le recordó con un feliz sarcasmo.

—Lo del matrimonio lo dejamos a un lado —habló un poco molesto.

—Sí, a un lado —afirmó Hera cerrando la maleta.

—Ya guardé todo —comunicó emocionada Helena.

—Mi princesita quiere estar en su verdadera casa —dijo Zeus cargándola.

—Sí —afirmó ella emocionada.

—Ayúdame, hija —pidió su madre. 

—Claro.

Zeus la abajo para que pudiera ayudar a su mujer y ella la ayudó.

Todo fue demasiado rápido para Hera, al ver llegar a los hombres que comenzaría con la mudanza, notó que se movían muy rápido y casi todo estaba quedando allí, no podía llevar los sofás porque en su antigua casa tenía todo, lo miró con tristeza, extrañaría todo.

—Todo listo —anunció Zeus.

—Todo es muy rápido —comentó Hera sin poderlo creer.

—No te pongas triste, vendremos de vez en cuando —le dijo él con picardía.




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