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Capítulo # 11

Capítulo # 11

En la mansión Dimou Markus.

Hera quedó ida, unos minutos después decidió darse un baño y acostarse a dormir, hablaría con él más tarde a lo mejor era por qué se encontraban muy alterados por lo que había sucedido.

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Horas después.

Zeus no pudo dormir muy bien, cuando entró a la habitación se imaginó a Hera llorando o alterada, lo sorprendió encontrarla acostada y se acercó, descubrió que estaba dormida. Ahora la estaba observando cómo platicaba con su hija de su cumpleaños.

—Mami, cuando sea mi cumpleaños, quiero que sea de así de grande —dijo Helena emocionada.

—Claro que sí —respondió su padre sonriendo—. Todo lo que pida mi princesa se lo daré.

—¡Yupi! —exclamó ella feliz—. Gracias, papi.

—Lo tendrás como te comportes —dijo Hera con autoridad—. Sabes muy bien, que, si haces las cosas bien, tienes tu recompensa.

Helena se le quedó mirando y miró a su papá.

—Pero.

—Mamá, tiene razón —dijo él sonriendo.

Ella no dijo nada.

—Mami —habló Helena alegre—. ¿Y para cuándo tendré mi hermanito?

Aquella pregunta tomó por sorpresa a la pareja, Hera no sabía qué decirle y él no quería decir nada para no darle esperanza a su hija, después verla sufrir.

—Bueno —dijo Hera desesperada, no sabía qué decirle—. Puede ser, en un tiempo te avisó.

—No —dijo Helena seria—. ¡Quiero un hermanito! Alexis, Ulises, Derek y hasta los gemelos tienen hermanos. ¿Y por qué yo no?  

—¿Gemelos? —Zeus sin entender eso—. Explícame, hija, eso no lo entiendo.

—Es que Max o Darío, cómo nacieron juntos, cuando estén más grandecitos, pueden decir cada uno que tienen un hermano —explicó.

—No había visto ese punto —habló Hera un tanto sorprendida por la inteligencia de su pequeña.

—Yo quiero cuidar mi hermanito o hermanita, saber que es compartir a mis papás con otros hermanos —dijo ella con tristeza—. A veces me siento sola en casa y no sé con quién jugar o cuidar.

Ella no sabía lo que se sentía su niña, ahora se sintió culpable. Ahora entendía a Zeus cuando le pedía un hijo, tan ciega estaba ella y no se fijaba en la soledad de Helena, él sí lo había notado de hace mucho tiempo.

—Déjame pensarlo —anunció Hera sonriendo, recibió un fuerte abrazo de su hija.

—Gracias, mamá —dijo Helena, eufórica—. Ojalá que pronto me puedan dar la noticia.

—Hija, vamos a jugar en el jardín —le propuso su padre.

—Estoy cansada —dijo Helena sonriendo a su progenitor—. Quiero que me cargues —le pidió alzando sus brazos.

Él aceptó su petición y la llevó en brazos para su habitación, al depositarla le dio un beso; la dejó entretenida con la televisión.

—Tenemos que hablar —dijo Hera acercándose a él.

—No lo creo —dijo él caminando un poco más para dejarla sola por el pasillo, ella lo agarró del brazo—. Suéltame.

—No, te comportes como un niño —dijo con suavidad—. ¿No podemos platicar con calma?

—Vayamos a la habitación —dijo Zeus sin mirarla.

Hera lo siguió y cuando entraron a la habitación, él cerró la puerta para que Helena no lo fuera a oír. 

—Habla —dijo con rudeza.

—No, tienes que comportarte cómo un idiota —habló Hera irritada—. Creo que es mala idea —cruzando los brazos.

—Está bien. Cambiaré mi actitud —dijo él con tranquilidad—. Habla.

—Cómo nuestra hija, está muy feliz por nuestra relación, he pensado que podemos fingir estar juntos y cuando estamos en la habitación somos dos extraños —le propuso ella mirándolo.

—Me parece bien —dijo Zeus sin más—. Nada de compromiso. Es perfecto.

—Lo aceptas tan rápido —dijo Hera atónita.

—No voy a arrogarte, no eres la única mujer en el mundo —dijo él sonriendo.

—Ya entiendo. Quieres revolcarte con Petra —lo encaró celosa—. Sí, vas a revolcarte con esa mujerzuela, al menos cuídate por qué si te veo en una revista de chisme. Nos vamos —le dijo con una mirada desafiante.    

—Eso es normal en los hombres —le soltó descaradamente.

—Hazlo, yo también lo haré —dijo Hera desafiándolo—. Luego me cuentas cómo se siente.

—Ni te atrevas —dijo Zeus agarrándola del brazo—. Eres mía, entiende eso.

—Suéltame —le ordenó Hera seria y mirándolo a los ojos—. No eres nadie. 

—Eres tan —dijo Zeus jalándola con fuerza para quedar pegada a su cuerpo—. Creo que es hora de divertirnos —sonriendo con malicia.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella un tanto preocupada.

—Ya lo verás —dijo él caminando y obligando a ella seguir sus pasos, cuando sintió que algo no los dejaba seguir, la tiró en la cama.

—¿Qué te pasa? —le preguntó ella sin dejar de mirarlo.

—Nada —dijo Zeus acercándose a ella, lentamente, para besarla.

Hera se sintió muy nerviosa, como si fuera la primera vez que Zeus estuviera tan cerca de ella, cerró los ojos por instinto, sintió los labios de él como la besaba, de repente no sentía presión en sus muñecas y eso hizo separarse de él con rapidez.   

—¿Qué haces? —le preguntó Hera mirándola con seriedad—. Eres un tonto.

—Tú aún me amas —dijo Zeus con seguridad—. No quieres reconocerlo. 

—Qué ganó, si te digo que te amo —dijo Hera entristecida—. Dime, ¿qué ganó?

Zeus no sabía qué decirle, él nunca había conocido el amor, jamás le costó conquistar a una mujer, siempre caían a sus encantos o se ofrecían solas. Muy poco supo conquistar y menos sentir un amor por alguien, era una realidad, no conoce el amor, era ignorante.

—¿Por qué no dices nada? —le preguntó esperando una respuesta.

—Soy una persona ignorante, en el amor Hera —le reveló—. Nunca me he amado a una mujer.

Ella quedó perpleja, no imagino que Zeus nunca se hubiera enamorado, no entendía con sus padres, era muy cariñosos y siempre le demostraban lo mucho que las amaba a sus hermanas, era cariñoso con su hija, era un tanto increíble esa historia.




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