Miko
Empiezo a recoger los juguetes de los trillizos y meterlos dentro de la caja, cada día que pasa mis bebés crecen más y me enorgullece el verlos tan parecidos a su padre. Eso me recuerda que Máximo aún no ha llegado y el no suele llegar tan tarde del trabajo.
Si, de vez en cuando le gusta trabajar horas extras por el dinero pero no se pasa tanto de la hora, me agachó y meto la mano debajo de nuestra cama para poder sacar los juguetes faltantes. No es como si mis bebés tuvieran muchos, no tenemos tanto dinero pero si tienen variedad que les han regalado sus primitos.
Escucho como la puerta se abre y corro sin dudar.
— ¡Max, llegaste! —exclamo al ver a mi esposo entrar.
Nuestro departamento es pequeño y con las cosas de los trillizos se vuelve minúsculo pero eso nunca nos ha importado, tenemos amor y calidez aquí lo que hace este lugar nuestro hogar.
Salto y el me atrapa con desgana, es raro, el por más cansado que este siempre me recibe con brazos abiertos pero no hago tanto caso a eso.
— Miko, no estoy de humor hoy, ¿Podrías bajarte? —dice con frialdad que me deja atona por un momento.
Extrañada por la forma en que Maximo me trata, le hago caso y me bajo de el, me mantengo cerca y para subirle un poco los ánimos trato de darle un beso pero el me rechaza.
— Miko, ya te dije que no estoy de humor hoy. —me espeta firme apartandome.
Máximo se está comportando tajante conmigo y eso es demasiado extraño en el, por más cansado o enojado que venga del trabajo el siempre me recibe con alegría, pero hoy eso parece nulo por qué no ha hecho más que ignorarme o fulminarme con la mirada cada que me ve.
De seguro está vez el debe estar extremadamente estresada y por eso me trata así, si, eso debe ser, por qué no encuentro lógico que de un momento a otro el me trate así, y lo estuve espiando un poquito cuando entró a la habitación de los trillizos y sigue siendo el padre amoroso que les da un beso en la frente cuando duermen.
Cuando los dos ya estamos en nuestra habitacion, me acerco a el por detrás, Máximo está de espaldas texteando y yo tratando de animarlo le tapo los ojos con mis manos y con toda la actitud que tengo empiezo a hablarle bajito por el oído.
— ¿Quien soy? —pregunto dulce.
— Miko te dije que me dejaras en paz. —dice quitando mis manos con un poco de fuerza, acción que me deja perpleja.
¿A qué se debe tanto enojo? No recuerdo haber discutido con el ni haber hecho nada malo, Máximo me ve asqueado y yo solo me puedo quedar tiesa, ¿Por qué me está viendo así? No lo sé, solo se que no me gusta, no me está gustando la actitud distante y fría de el hacia mi, con nuestros hijos es el mismo de siempre pero conmigo está más serio y frío.
— ¿Qué sucede Max? ¿Por qué me rechazas? — le pregunto tomándolo del brazo.
Cuando lo hacía antes el me jalaba y me besaba pero ahora no hace más que safarse bruscamente de mi agarre y se levanta de la cama, yo que estoy inquada sobre ella me quedo estática al presenciar eso.
— No es nada de tu incumbencia, no vuelvas a tocarme así. — se voltea a verme y me lo dice con una irracionalidad que no hace más que herirme.
— ¿He hecho yo algo para que me trates así Maximo? —pregunto asustada, esto ya no es nada normal y me está costando entender el por qué.
— No quiero hablar contigo, estoy muy cansado como para pelear por algo que no vale la pena.
— ¿A qué te refieres con eso? —le pregunto incrédula.
— Solo cállate, no quiero hablar contigo.
Esas palabras me duelen más de lo que puedo describir, esto es casi irreal, jamás pensé que el me pudiera tratar así y mucho menos ahora. El Máximo que yo conozco no permitiría que me hablarán o trataran asi en especial el mismo. El apaga la luz y se recuesta dándome la espalda, yo dolida decido hacer lo mismo pero me veo forzado a ahogar mis sollozós en una almohada para que el no siga diciendo cosas que hieren mi corazón.
Llore en silencio toda la noche lo que provocó que amaneciera con los ojos rojos e inchados, me duele la cabeza y el pecho de solo recordar como me trata Máximo el cual parece más calmado, yo estoy en la pequeña cocina del departamento, Máx está en la pequeña sala de estar junto con los trillizos viendo televisión como suele hacer.
El trato a mi es lo que me tiene pensante, el trata a los niños como normalmente lo haría pero a mí me trata desequilibradamente. El me ve con repugnancia y ni me ah dirigido la palabra. Por eso estoy haciendo su desayuno favorito para tratar de bajar la tensión que hay entre ambos, termino de preparar los cereales de mis bebés y los llamo para que vengan a comer a la pequeña isla que también nos sirve de mesa.
— El desayuno ya está —anuncio y mis tres angelitos se apresuran a sentarse, quien no lo hace es Máximo el cual se toma su tiempo a pesar que la distancia es nula.
— Mami —me llama Maxwell, el mayor de los tres — ¿Por qué tienes tus ojitos rojos? —pregunta al verme fijamente.
— No es nada amor, mamá probó unas gotas de ojo que la tía Mai le presto y le irritó los ojos a mami. —trato de que Merary y Mike no me vean.
Juraría que por una milésima de segundos Máximo pareció estar preocupado pero fue tan corto que creo que es mi imaginación o mi desesperación, ya ni se que sentír además de angustia y tristeza, el se sienta al lado de Mike mientras que yo lavo los platos que no lave anoche.
— ¿No tienes hambre mamá? —pregunta Mike empinandose su cereal.
— No corazón, me duele un poco el estómago y no me siento tan bien que digamos. —respondo aparentando normalidad.
— Debe dolerte de comer muchas....clases de cosas—espeta Máximo bebiendo su café.
¿Qué esta diciendo? Me lo dice seco y mordaz, con rabia y disgusto, no se que lo hace pensar eso si yo mantengo la misma dieta de siempre para poder estar estable y no caer enferma del estómago. Cuando acaba su desayuno, Máximo se levanta y se va a la sala de estar, hoy no asiste al trabajo y habitualmente cuando esté día llega nosotros lo aprovechamos para pasar la mañana con el otro.